Te amo, Phillip Morris.
Así debió haberse llamado, o algo parecido al menos. ¿No era tan complicado, no? Entiendo que a veces es difícil interpretar un título en un idioma extranjero, sobre todo para “los señores que ponen los títulos”, esa gente de la que suponemos –cada vez con mayor convencimiento– que incluso desconoce el idioma castellano y para colmo de males no mira ninguna de las películas que titula. Entiendo también que muchas veces se necesita un título “ganchero”, con “punch”, que convoque multitudes a las salas, en general son los que tienen alguna de estas palabras: obsesión, peligrosa, deseo, perdición, prohibida… la lista es larga y bastante poco original. Lo que no puedo entender, ni tolerar, bajo ningún punto de vista es que hayan titulado esta película como si fuera una de Emilio Disi y Gino Renni, que hayan tenido tamaño descuido y desidia. Que por el solo hecho de haber leído –con suerte–, una gacetilla de prensa que decía que Jim Carrey encarnaba a un gay se haya producido, además de ese título horrendo, un póster de lo más mentiroso, dando a entender que los espectadores nos íbamos a encontrar con una comedia parecida a Tonto y retonto o a La máscara.
Afortunadamente aquellos que, a pesar del título horrendo y del póster mentiroso, vimos la película nos sorprendimos con una historia sencillamente hermosa y cautivante. El primer plano de I Love You… nos muestra un diáfano cielo salpicado con algunas nubes, nada malo puede pasar. El plano siguiente, corte abrupto mediante, es el de Steve (Carrey) tendido en una cama de hospital en la que aparenta estar muriendo, mientras su voz en off nos narra la (su) historia. En I Love You… nada es lo que parece ser. Steve se entera de que es adoptado y por eso decide convertirse en la mejor persona posible (con una significancia bastante particular): toca el órgano en la iglesia, se hace policía, se casa con una adorable y religiosa joven y tiene una hermosa hija. Es un marido y un padre ejemplar, aun así, su comportamiento es impredecible; la película también. Cuando Steve confronta a la madre biológica, sin obtener respuesta, se lleva el felpudo de la puerta, renuncia a la policía y se muda a Texas, así de simple, se cambia de vida y se vive “el sueño americano” en un pestañear. Y con la misma simpleza nos dice que es gay, que siempre lo fue.
Steve dice, también, que tiende a esconder las cosas, hasta que una noche sufre un grave accidente de tránsito; él lo llama “una revelación”, y así, como si se tratara de un tema borgeano, el hombre se da cuenta de su destino ineludible. Steve se separa, se muda a Florida y comienza a vivir su vida como siempre lo debería haber hecho: “voy a ser el verdadero yo”.
Y ese verdadero yo se devela como un buscavidas, un estafador. “Ser gay es caro”, se justifica Steve para hacer algo que en realidad parece estar inscripto en su ADN: ser una persona real y a la vez ser muchas, tantas como ese puñado de tarjetas de crédito que posee. Claro, los fraudes de todo tipo se suelen pagar (si te agarran) en la cárcel. Allí, Steve conoce a Phillip (McGregor), un retraído rubio de ojos claros que capta su atención automáticamente. El enamoramiento entre Steve y Phillip se narra básicamente a través de un intercambio epistolar rebosante de romanticismo y ternura, pero cuando finalmente se encuentran y el relato está a un tris de la cursilería más ramplona, Phillip directamente corta el clima con un “basta de romance, cojamos”, y nuevamente eso que la película amagaba ser se transforma. Constantemente se transforma. Cambia el tono, el ritmo (que no decae nunca), el registro, el tipo de montaje, la linealidad de la narración. Todo se altera y se reformula, felizmente, aunque por momentos se tiña de tristeza.
Las idas y vueltas de Steve como estafador tienen ribetes insólitos, propios de las ficciones clásicas. Pero contadas en su propio estilo anárquico, el pulso se tuerce hasta con las reacciones (in)esperadas que pueden tener sus protagonistas (como cuando Phillip se entera de que Steve le pagó a un tipo para que le pegara a otro recluso). Steve dice al comienzo una frase que argumentará a favor de toda la película: “El amor es una cosa curiosa, te hace feliz, te pone triste. Te impulsa a hacer cosas inimaginables”. I Love You Phillip Morris se hace eco de esa línea y sobre ella se carga el relato al hombro. Todo lo que Steve realiza es por amor, y porque forma parte de su identidad y de su destino. La película entonces decide homenajearlo: una leyenda nos cuenta la verdad de su condena ridícula y ejemplar, pero el final lo muestra escapando, riendo, tratando de ser libre para volver a Phillip. Un cielo diáfano nos invita a fantasear con otra historia. A disfrutar de lo inimaginable.