Mentiras hay muchas, amor uno solo
Protagonizada por Jim Carrey y Ewan McGregor, esta comedia que todavía no se animan a estrenar en los Estados Unidos está basada en la historia real de un impostor compulsivo, que desafió al establishment por ser feliz al lado del amor de su vida.
“Esto sucedió realmente... en serio.” La advertencia en los créditos iniciales de I Love you Phillip Morris tiene su gracia, porque si no se supiera que los guionistas y directores Glenn Ficarra y John Requa se basaron en una historia real, bien podría pensarse que es una fabulación absoluta, y de las más alocadas. Pero sucede que su protagonista es eso: un fabulador nato, un mentiroso patológico, un impostor compulsivo, alguien que no puede dejar de ser muchas máscaras al mismo tiempo. ¿Y quién mejor si no Jim The Mask Carrey para encarnarlo? Es una pena, sin embargo, que la película no esté a la altura de todas las posibilidades que ofrece, que le falte precisamente vuelo, locura.
Una de las primeras cosas que Steven Russell (Carrey) se entera en la vida, cuando todavía es un niño, es que no es quien creía ser sino otro; que es adoptado y que su madre lo abandonó en un estacionamiento por un puñado de dólares. El mismo Russell, en el que supuestamente es su lecho de muerte (toda la película está articulada a partir de su relato en off, un recurso que funcionó para el personaje de William Holden ahogado en la piscina de Sunset Boulevard, pero que aquí cuesta bastante sostener), cuenta que no se deprimió, sin embargo. Que se propuso ser una buena persona...
Elipsis total: Russell ya de adulto tocando el órgano en la iglesia; Russell con el uniforme de policía, dispuesto a servir y proteger; Russell dándole el besito de las buenas noches a su hija y fornicando luego mecánicamente (pijama incluido) a su dulce esposa, que le promete cocinarle unas cookies. El sueño americano, se intuye, no va a durar mucho. En principio porque el feligrés organista de la iglesia, el policía machote, el marido ejemplar y mejor padre de familia, confiesa a los gritos, antes de que hayan pasado siquiera diez minutos de película, que es gay. Que siempre lo fue. Y que ya nada le importa, que no quiere seguir ocultándolo, que quiere vivir su vida sin mentiras. “Pero ser gay puede llegar a salir muuuuy caro”, dice Russell mientras se pasea frente a las lujosas vidrieras de Miami con un muchachote de un brazo y unos perritos toy del otro.
Y la mentira vuelve a ser una necesidad en su vida. Abogado, consultor financiero de alto nivel, médico... Ninguna profesión le es indiferente. A todas puede acceder con su histrionismo y su imaginación. Y más si lo único que quiere es complacer al único, al gran amor de su vida, a Phillip Morris (Ewan McGregor), un tímido rubio de ojos azules que conoce en una de sus muchas entradas y salidas de la cárcel. Porque Russell también es eso: un escapista como no hubo otro desde Houdini, un recluso capaz de salir caminando por la puerta principal de la prisión como si fuera el alcaide.
Sí, claro, hay coincidencias y diferencias con Atrápame si puedes (2002), de Steven Spielberg, en la que Leonardo DiCaprio encarnaba, también, a un magistral estafador, que existió en carne y hueso. El film de Spielberg tenía más ritmo, más vuelo cinematográfico, más glamour. El de Ficarra y Requa (los guionistas de Un Santa no tan santo) cojea un poco, es desparejo, tiene bruscos cambios de tono que van del humor ácido a la manera de los hermanos Coen a un romanticismo capaz de rozar la cursilería.
La ventaja de I Love you Phillip Morris –citar la película por su desafortunado título local sólo acentuaría la confusión con viejas comedias de Neil Simon– por sobre Atrápame si puedes es que allí donde el film de Spielberg (típico de él) terminaba sacrificando a su protagonista en el altar de la moralina y el conformismo, el de Ficarra & Recua, por el contrario, no se permite ninguna concesión a las buenas conciencias. Steven Russell no se arrepiente de ninguna de las zancadillas que le hace al establishment (que se ensañó ferozmente con él: cumple 144 años de cárcel sin haber cometido ningún crimen violento). Y mucho menos se arrepiente de su amor, que es la fuerza que motoriza sus fugas, su ansia de libertad. Quizá sea ésta una de las razones por las cuales I Love you Phillip Morris, un año y medio después de su estreno en el Festival de Cannes, todavía no haya conseguido estrenarse en los Estados Unidos. ¿La otra? Parece que alguien en Hollywood todavía tiene miedo de ver a dos estrellas de la magnitud de Carrey y McGregor dándose besos.