Alias Jim Carrey
Hay decenas de variables que te acercan a una película, que te hacen ir al cine. Muchas tienen, aunque sea, un mínimo rasgo de azar. Puede ser una recomendación de un amigo que te encontrás por casualidad en la calle, una derrota en la batalla contra el acompañante de turno por la elección de la película, o una crítica perdida en un blog perdido como este. Cualquiera de estos eventos puede hacer que descubramos algo que jamás se nos hubiera ocurrido ir a ver, o generarnos odio por el amigo, el acompañante o el cybercrítico. El resto, en oposición a esos factores aleatorios, depende de la voluntad del distribuidor y de qué tanto quiera acelerar el motor de la máquina publicitaria.
Sus armas más comunes para llevarnos de las narices, digamos las armas reglamentarias, suelen ser el trailer, el afiche y, en nuestro caso, la “traducción” del título original. Con I love you, Phillip Morris es demasiado evidente que trataron de dar gato por liebre (hablando de traducciones, en inglés dirían pig in a poke) con los tres. El trailer dice que es una película de Jim Carrey, y efectivamente es una de Jim Carrey, con sus gestos ridículos y esas neurosis que aparecen en casi toda su filmografía, pero a la vez se encarga de eliminar todo lo que le agrega esta película, lo que no tiene de sus éxitos pasados. A su vez el afiche lleva escrito, con una tipografía más propia de Ace Ventura o de Brigada explosiva, el increíble título de estreno Una pareja despareja. Yo voy a ver todas las de Jim Carrey, de éstas y de las otras, pero está claro que quisieron estafar a los despistados amantes del detective de mascotas o de Tonto y retonto.
Más de uno, después de haber caído en la trampa (casualmente en una película sobre ese tema), se habrá acomodado en la butaca para matarse de risa con la comedia física a la que está acostumbrado. Y la cosa empieza un poco así, como era de esperarse. Steven Russell (Jim Carrey) es un hombre de familia con una esposa rubia (Leslie Mann) y una hija. Policía de Texas que de chiquito, cuando los padres y su hermano le cuentan que es adoptado en una escena genial por su crueldad, decide no deprimirse por la noticia sino esforzarse de ahí en más para ser la mejor persona del mundo. Todo marcha como lo esperaban los espectadores engatusados, y aunque puede haberles llamado la atención que Steven cogiera con su esposa como si fuera un conejo exaltado, no es hasta un par de minutos después, cuando el plano recorta dos cuerpos desnudos haciéndolo estilo perrito, que los asalta la sorpresa al asomarse una cabeza que no es la de Leslie Mann, sino la de un hombre con bigotes que le grita “Do it, man! Cum in my ass!”. Mientras se daban cuenta de que Una pareja despareja no era lo que fueron a buscar, Steven ya había decidido cambiar la plastificada vida de sueño americano en los suburbios por otra, también de cliché, en Miami junto a su nueva pareja, Jimmy Kemple (Rodrigo Santoro).
Steven es un personaje perfecto para Jim Carrey, el actor del doppelgänger, nuestro Jerry Lewis. En él (y en Carrey) conviven muchos hombres que aparecen y desaparecen con extrema velocidad y hasta se superponen. Puede ser ese hombre de familia que les contaba, un gay de gustos caros y extravagantes, un prisionero que conoce la cárcel como si fuera suya, un hombre de negocios que juega al golf, un abogado de origen humilde, un empleado de panadería, o quien se le ocurra. Steven es alguien que nunca ha sabido muy bien quién es, que se ha pasado la vida indagando en su identidad y mientras indagaba fue aprendiendo a adoptar todo tipo personalidades con suma facilidad.
Sólo el amor por sus parejas le sirve de ancla por un tiempo, porque ahí encuentra un poco lo que realmente es. Incluso el amor perfecto, lleno de cariño y ternura que lo une a Phillip Morris (Ewan McGregor, increíble en el papel de un chico frágil que sólo puede ver lo bueno que hay en los demás) desde que lo conoce en la cárcel, es incapaz de frenar su incansable búsqueda. Para hacerlo un poco más explicito, los directores deciden que cuando Steven se acerque a un espejo reciba una imagen deforme de sí mismo. Saber quién es él realmente se le hace tan lejano como las nubes a las que de chico jugaba a encontrarles forma junto a sus amigos, y que funcionaban como otro espejo roto que sólo le devolvía una pequeña parte de sí. El pene que venía en esa nube, al igual que su pasión por Phillip, era sólo una pieza más de Steven; el resto se compone de mil caras.
En la cárcel, hay una escena en la que ambos bailan pegados un lento en su celda mientras afuera varios tipos se matan a piñas y ellos siguen al compás de la música como si el universo terminara en esa habitación de dos por dos. Pero cuando el exterior entra en sus vidas, Steven puede cambiar su máscara para escapar de esa prisión, para conseguir dinero fácil o para ser cualquier otra cosa. En definitiva, para seguir explorando y explorándose, aunque ese mundo lo condene por farsante.
Aunque para esos espectadores que hayan sido llevados a la sala por engaño el panorama puede parecer, en principio, desolador, I love you, Phillip Morris, con su fotografía soleada, repleta de cielos ultra celestes y colores estridentes, con sus varios gags y morisquetas, no es un drama depresivo ni mucho menos. Es una comedia romántica sobre dos hombres románticos que puede llevar a Jim Carrey al extremo de la enajenación. Y si a esos espectadores no les agarra un ataque de pacatería, la pueden disfrutar en todas sus formas y no enojarse por el fraude del distribuidor, porque como dice Steven Russell para justificarse: al final, nadie salió lastimado, sino todo lo contrario.