CON LA RECETA DE SIEMPRE
Dado el motivo que elige la película de Eliza Schroeder, el encuentro de la madre, la mejor amiga y la hija de una pastelera que murió, quienes deciden abrir una pastelería en su honor, está claro que queda habilitado el uso de cualquier metáfora gastronómica para definirla. Porque de Una pastelería en Notting Hill podemos decir tanto que le falta un golpe de horno como para tener la potencia que pretende tener, pero también que su sabor de boca es tan dulce como cualquiera de los pasteles que aparecen en pantalla. En ese universo definido por las películas escritas o dirigidas por Richard Curtis, comedias británicas con algo de drama, algo de amor, algo trágico y algo amable (incluso hasta la indigestión), el film de Schroeder encuentra algo menos tramposo y manipulador que lo habitual. Y eso es un acierto.
Los primeros minutos son decididamente dramáticos, a partir de la muerte de la Sarah del título original. Una secuencia inicial que muestra el deceso y las consecuencias de su ausencia para la madre, la amiga y la hija. Consecuencias que determinarán la reunión de las tres mujeres y que oficiará, para la película, como cambio de tono. Porque a partir de la decisión de abrir la pastelería, lo que comienza es la historia de tres mujeres (y un hombre, un viejo conocido de Sarah que se sumará como cocinero) que a partir de cumplirle un deseo a la fallecida encontrarán algo así como una segunda oportunidad en sus vidas. No está mal que el astuto guion de Jake Brunger deposite todo el drama en el arranque, porque libera a la película de alternar instancias dramáticas y cómicas de forma mecánica. Lo que sigue entonces es una película de una levedad que se agradece, con personajes que tienen la consistencia perfecta que el cuentito requiere.
Tampoco está mal el carácter universal de la película (que el título local refuerza en su guiño a aquella Notting Hill con Julia Roberts), puesto que en determinado momento las pasteleras descubrirán el carácter multiétnico de la ciudad y la potencia comercial que puede tener una gastronomía abierta a otras culturas. A partir de ese detalle, y a diferencia de las películas de Curtis, hay aquí algo menos british, menos localista y, por consiguiente, más universal. Se podrá decir que eso la vuelve un poco impersonal, pero se corresponde con su tema y la necesidad que tienen las protagonistas, como comerciantes, de agradar. Schroeder demuestra que no hay nada de malo en usar viejas recetas si es que se sabe combinar los ingredientes, aunque también se somete a una experiencia novedosa: todos es levemente cómico, levemente dramático, cero intensidad, sin sobresaltos ni estallidos, como buscando lo real en el contexto de una película de lo más artificial.