La realizadora alemana Eliza Schroeder, se propuso, con su ópera prima, gestar una comedia autorreferencial abriendo varias líneas argumentales y no siempre con resultados óptimos. Una pastelería en Notting Hill comienza, a contramano de lo que veremos a posteriori, con una tragedia: la muerte de Sarah, una mujer estrella de la pastelería que sufre un accidente y deja atrás a una hija adolescente, una madre con la que tenía una relación áspera y una amiga con la que iba a abrir el local gastronómico en el borough de Kensington y Chelsea. Esto conduce a esas tres mujeres de diferentes generaciones a cumplir ese sueño a pesar de los contratiempos.
Ese golpe bajo con el que abre el film se siente un tanto artificioso, un mero artilugio para poder mostrar la creación de la pastelería con situaciones salidas de una comedia de enredos. Por tratarse de una película que pretende girar en torno a la ausencia de Sarah y el homenaje que buscan hacerle con la puesta en marcha de ese negocio que era el sueño de su vida, el guion se toma apenas unos minutos para que la conozcamos, e incluso los propios personajes la olvidan tiempo después. En Una pastelería en Notting Hill también hay un intento de emular los largometrajes feel good de Richard Curtis como Realmente amor, aunque aquí las subtramas no cobran vuelo porque esas figuras que ingresan al local para compartir anécdotas tampoco tienen suficiente peso.
Con excepción de una acertada mirada cosmopolita de Schroeder sobre el universo de la gastronomía y de la interpretación de Celia Imrie como la madre de Sarah, el film tiene pasajes forzados (como la historia de una prueba de ADN de previsible resolución) y carece de la emotividad que su realizadora pudo haberle imprimido al basar su obra en tópicos que la tocan de cerca.