La directora de Suzaku, Shara, El secreto del bosque y Hacia la luz estrenó en Cannes (festival que la tiene casi como abonada) este pequeño y por momentos encantador film basado en la novela de Durian Sukegawa que expone las vicisitudes, sueños, miedos y traumas de tres personajes de distintas generaciones: Sentaro (Masatoshi Nagase), un parco hombre de mediana edad y pasado turbio que maneja la pastelería del título; Tokue (Kirin Kiki), una anciana de 76 años que ha vivido confinada durante décadas por la lepra y asegura tener una receta mágica de dorayakis (una suerte de panqueques muy tradicionales en Japón), que podría cambiar el gris presente del negocio en cuestión; y Wakana (Kyara Uchida), una querible preadolescente que acarrea serios problemas de relación con su madre.
Tragicomedia bella y sensible, Una pastelería en Tokio tiene algunos excesos aleccionadores con ínfulas new-age, demasiadas cartas y grabaciones concebidas "para llorar" y referencias repetidas a ciertas imágenes (como, por ejemplo, las flores de los cerezos) que tanto le gustan a la realizadora, pero esos abusos no alcanzan a contaminar la naturaleza pura de un film que descansa en la integridad y nobleza de sus tres protagonistas. En definitiva, la esencia del cine de una directora con sello y universo propios como Naomi Kawase.