La película de la realizadora japonesa de “Shara” cuenta una tierna pero igualmente dolorosa historia acerca de un hombre y una anciana que trabajan en un puesto de dulces en Japón que se transforma en un éxito gracias a las recetas de la mujer de misterioso pasado.
Después de su fallida última película, la realizadora japonesa Naomi Kawase intenta acercarse a un relato un tanto más accesible y potencialmente comercial en UNA PASTELERIA EN TOKIO (AN, en el original japonés), un filme en el que pone sus temas y sistemas narrativos dentro de un formato un tanto más convencional. La película se mantiene en el límite justo entre lo encantador y lo empalagoso, lo sentimental y lo melodramático, lo poético y lo obvio/new-age, logrando salir airosa del desafío.
Es una película que utiliza la comida como metáfora y en ese sentido no se caracteriza por lo original, pero de todos modos lo hace muy bien, al menos durante la primera hora del filme en la que un hombre que tiene un local en el que prepara y vende unos dulces japoneses llamados “dorayaki”, que se hacen con una pasta dulce en base de frijoles, termina tomando como empleada a un señora mayor que tiene una receta inmejorable para ese postre. La primera parte del filme se centrará en ver cómo esos saberes culinarios de la anciana señora mejoran el producto y convierten el pequeño puesto en un éxito, lo cual es una sorpresa, especialmente para el cocinero del lugar, que no parecía poner demasiado entusiasmo en la preparación.
an2Claro que los cambios gastronómicos vienen acompañados de algunas líneas de texto del tipo orgánico/new-age (“hay que escuchar la historia de los frijoles”, es una frase que suena normal en el contexto) que nuestra tierna viejecita da como lecciones tanto de gastronomía como de vida al amargado protagonista. Pero la mujer guarda también algunos secretos que apuntan, por un lado, a estrujar el corazón de los espectadores pero también –y de forma más interesante– a hablar de algunos secretos e hipocresías de la sociedad japonesa.
La relación entre el cocinero, su anciana empleada y una adolescente con problemas familiares que empieza a pasar cada vez más tiempo con ellos será el centro de esta historia culinaria cuyas metáforas pueden ser un tanto reiterativas pero que logra conmover con elementos nobles y simples: en la preparación amorosa de un plato de comida, en el placer de comerlo y saborearlo, en la manera en el que ese conocimiento se puede o no traducir en amor y respeto por los otros. Es una película que disfrutarán los cultores de la comida orgánica y natural, lo mismo que los fanáticos de las metáforas de auto-ayuda, ya que Kawase siempre se maneja en el límite entre ambos universos.
Los apuntes de corte social, ligados a la situación de la anciana (cuyos detalles conviene no adelantar) tal vez no sean explorados lo suficiente, pero dan el marco a la segunda parte del filme, en la que esa pequeña y armónica convivencia se fractura y en la que se pone en primer plano las búsquedas cada vez menos espirituales y más comerciales de la sociedad japonesa, especialmente en lo referido al trato de los ancianos y de sus enfermedades. Pese a su reputación de respeto a los mayores, también en Japón la “utilidad” juega un rol importante, lo mismo que la marginación que sufren los que no se adecúan a las normas, como los tres protagonistas de esta historia bella, tierna y triste.