Con bastante retraso, y luego de un extenso recorrido, aún en festivales locales, llega a las carteleras porteñas Una pastelería en Tokio, el antepenultimo film de Naomi Kawase. Una propuesta tan amena como menor dentro de su filmografía.
Naomi Kawase la conocimos en Argentina gracias a su tercer film, "Shara", de 2004. Dieciocho años después, la cartelera local no ha sido del todo favorable para esta prolífica directora (en 2007 pudimos ver "El secreto del bosque", y alguna más) que ya se encuentra por su décimo largometraje, y varios cortos y documentales en el medio.
"Una pastelería en Tokio" es su octavo film que ya cuenta con tres años desde su estreno original en 2015. Sin embargo, más allá del retraso, y de las consideraciones particulares, es de destacar que con este estreno se abre un nuevo canal local de acceso para un cine extranjero “más alternativo”, menos masivo, pero siempre interesante de ser apreciado.
El mítico Cine Cosmos vuelve a abrir sus salas al cine internacional por fuera de Hollywood como en sus mejores épocas. Kawase se caracteriza por ser una directora muy personal, lírica, con un lenguaje visual nutrido y poético. También, con el correr de los años se ganó cierto “injustificado” mote de impenetrable.
Es cierto, esta heredera lejana del cine de Ozu no practica un cine del más ligero y amplio para la multitud que busca el mero entretenimiento. Su cine es sensorial. Es cuestión de relajarse, sentirlo, y disfrutarlo perdiéndose en las líneas de su (muchas veces no) narración. Una pastelería en Tokio es su film más tradicional hasta la fecha.
Una película que no deja de lado cierta melancolía, sabor agridulce, y una poética del reposo. Pero que resulta más accesible y convencional como relato.
Paralelamente, podríamos decir que es uno de sus proyectos menos personales, o por lo menos, menos ambiciosos. Una comedia dramática (con el dramática bien subrayado y mayúscula en letra de molde) pensada para un target de público adulto mayor.
Todo comienza con Sentarō (Masatoshi Nagase), el encargado de una pastelería en la capital japonesa, especialista en pasteles dorayakis. Sentarō es cerrado y solitario, por eso cuando aparezca en la pastelería, y en su vida, Tokue (Kirin Kiki), todo se trastoca. Tokue es una mujer septuagenaria, encandilada por el árbol cerezo ubicado frente a la pastelería. Por esta razón, pide trabajo en la misma.
¿Qué puede aportar esta señora mayor como trabajo?
Elabora una salsa An (título original de la película), la que lleva la cubierta de los dorayakis, única. El trío protagónico lo cierra Wakana (Kyara Uchida), una joven, usual empleada del local.
Entre los tres arman un núcleo diario del que veremos su rutina, su interrelación, y conoceremos más de su historia. Kawase apunta a una historia sencilla, con personajes pintorescos y reconocibles, y una pintura de un Tokio más alejado de la urbe. El ritmo, por supuesto, es lento y reposa en la reflexión y la calidez de los instantes.
Surfea por sobre la superficialidad de los hechos y se adentra en detalles más profundos, pero no se siente la misma carga poética interpretativa de sus otros filmes.
Pareciera que la directora trata de llegar a un público más grande, sin la necesidad de modificar su estilo, narrando un cuento más coloquial. Si bien la historia es transgeneracional entre los tres personajes, es muy probable que su “cuento de vida” penetre más en un público cercano al de Tokue.
Algunos recursos básicos en busca de la emoción directa, y esa sensación permanente de sentir que pronto tomará vuelo, hacen que "Una pastelería en Tokio" se ubique como algo menor dentro de la carrera de Kawase.
Una historia sencilla, tierna, (a veces demasiado) emotiva, y con personajes que conquistan, "Una pastelería en Tokio", pudo ser más viniendo de una directora como Naomi Kawase.
Con lo que es, le alcanza para ubicarse por encima de la media de estrenos locales.