Sustentado en un guión excepcional, Una pistola en cada mano revalida el indudable talento del cineasta catalán Cesc Gay, autor de un puñado de films sencillos pero enormes en sus alcances expresivos y narrativos. Pese a su título engañoso y desconcertante, esta nueva muestra fílmica suya está muy lejos de ser una comedia pasatista, sino una radiografía rigurosa de las falencias, frustraciones e incertidumbres que giran alrededor de la identidad masculina. Hombres en crisis que se niegan a declararse como tales y que frente a diferentes mujeres se muestran incapaces de percibir la realidad cotidiana, no solamente las vicisitudes femeninas, sino sus propias y patéticas circunstancias. De estructura coral, el film se edifica a través de distintos encuentros, aparentemente azarosos, entre personajes relacionados por leves o fuertes hilos que les ha proporcionado la vida. Charlas casuales y por momentos rutinarias que van desencadenando sorprendentes revelaciones que darán giros determinantes –a veces absolutos- a sus existencias. Dentro de estos diálogos un humor casi constante distiende permanente situaciones de notoria gravedad emocional.
Un epílogo no demasiado logrado es el único punto flojo de una comedia dramática extraordinaria, en el que cada intérprete descolla. Por hacer nombres, un Javier Cámara antológico, una Candela Peña brillante, y participaciones sustanciosas y entrañables de los argentinos Leonardo Sbaraglia y Ricardo Darín.