Hombres que se hacen querer
Llueve. En el portal de un edificio se encuentran J (Leonardo Sbaraglia) y E (Eduardo Fernández), dos viejos amigos que se ponen al día, como suelen hacerlo los hombres: con elipsis, pudor y cierta fragilidad cuando deciden contar algo de sí mismos, más allá del trabajo, el éxito o las generalizaciones.
Una pistola en cada mano, la película de Cesc Gay, mantiene el formato del diálogo, mostrando distintos casos de soledad o desencuentros amorosos desde el punto de vista masculino. La película expone episodios, separados por la banda de sonido. La cámara sólo registra relaciones y conflictos, con primeros planos y muy pocos movimientos. La fortaleza está en las actuaciones, y la sorpresa, en el guión que elude lo obvio, con pocas palabras.
Desde el primer encuentro, la película promete un disfrute sereno y sostenido. Sbaraglia como "el desgraciado global" y Fernández, un sarcástico tierno, se emocionan mutuamente; uno llora, el otro disimula. Luego es el turno de Javier Cámara, el exmarido que quiere recomponer el matrimonio. "Todo es tan frágil", dice S a Elena, una magnífica Clara Segura que no pierde los modales y destroza su corazón con una mezcla de cuidado y revancha. Es el episodio tragicómico de la película.
En una plaza un hombre espera sentado. Literalmente, define el momento que protagonizan Ricardo Darín y Luis Tosar. La intensidad del diálogo pone en carne viva al hombre que ama demasiado. "Me hizo muy bien la charla", dicen los personajes en diferentes situaciones. La palabra cobra vitalidad porque estos hombres hacen esfuerzos por decir y decirse aquellas cosas que más duelen. También hay una lección feminista en el episodio entre P (Eduardo Noriega) y una compañera de trabajo (Candela Peña). La actriz sostiene el juego del hombre tímido, dispuesto a pasarla bien sin ser infiel. Encantadores los dos.
Finalmente, los diálogos cruzados entre dos parejas amigas se construyen con miradas y silencios. Por ahí va la película que conecta al espectador con lo no dicho, a través del humor agridulce.
Una pistola en cada mano (el título no invita) plantea una serie de descubrimientos encadenados y remite a lo que dice María (Leonor Watling): "Todos somos una cosa y perecemos otra". El director propone este universo masculino, en dosis homeopáticas, una buena idea para grandes actores.