Secretos y mentiras... a la catalana
Una pistola en cada mano no es una película argentina, pero podría serlo. Esta comedia dramática del catalán Cesc Gay transcurre a lo largo de unos pocos días en diversos lugares de Barcelona y está conformada, básicamente, por seis secuencias separadas, cada una de ellas con dos protagonistas, la mayoría hombres de más de 40 años. Cada cuentito es autosuficiente en su narración y su formato casi teatral, tanto en lo formal como en la dramaturgia. Y recién sobre el final se verán algunos apuntes en común.
Eduard Fernández y Leonardo Sbaraglia encarnan a dos amigos que se reencuentran después de muchos años: el español está mal de trabajo y sin dinero, pero bebe y no le importa; al argentino le va bien en la vida pero está medicado con estrés y ataques de pánico, y vive empastillado. Javier Cámara va a dejar a su niño a la casa de su ex mujer con la secreta idea de proponerle a ella volver a juntarse, pero lo que sucederá allí lo obligará a repensar la cuestión. Ricardo Darín está en un parque espiando a su esposa, que lo engaña con un hombre, cuando se encuentra con un conocido (Luis Tosar). En la conversación que tendrá con él surgirán cuestiones inesperadas.
En el cuarto corto, Eduardo Noriega trata de invitar a salir a Candela Peña, su compañera de trabajo en una gran empresa. Ella, luego de dudar un poco, le propone ir al baño y hacerlo allí, sin más vueltas. Pero aquí tampoco las cosas salen como el hombre las imagina. El quinto y sexto cuentos suceden al mismo tiempo y los protagonizan dos parejas cruzadas. En un auto hacia una fiesta van Antonio San Juan y Leonor Watling. Y caminando van -a ese mismo evento- Cayetana Guillén y Jordi Mollà. Las parejas están cambiadas, por casualidad, pero en las charlas paralelas los amigos (Antonio y Jordi) se enterarán, gracias a sus mujeres -confiadas de que entre amigos se cuentan todo- detalles de la vida del otro que desconocían.
La película tiene apuntes graciosos, es simpática por momentos, emotiva en otros, pero nunca logra trascender esa estructura armadita que da la sensación de que cada “cuadro” tiene una pequeña moraleja para ofrecer acerca del patetismo de los hombres de esa edad. Cada escena de por sí no está mal -hay un buen timing cómico, el paso hacia lo dramático está bien llevado-, pero es el conjunto el que se termina volviendo demasiado programático, excesivamente calculado y más televisivo/teatral que cinematográfico. De cualquier modo, Una pistola en cada mano tiene bastantes momentos muy simpáticos y, si bien no está a la altura de otras películas del realizador como Krampack y Ficción, resulta una propuesta discretamente entretenida.