Gente como uno
Hay una sola cuestión que me molesto en este filme. En medio de su desarrollo un personaje da cuenta del titulo, a mi entender de manera totalmente innecesaria. Su sola mención plantea una evocación icónica y directa al género del western, situación que produce en mucha gente reticencia a concurrir al cine. Estarán equivocados, nada más alejado de esa realidad en términos de la historia, si bien la apertura y la construcción del texto están dando cuenta de que algo del western se puso en juego.
La narración abre con música que hace referencia directa al género instalado por Hollywood, luego copiado por los italianos, si bien desde otra estética, lo que se dio en definir como spaghetti western. También los españoles incursionaron en ese sendero, sobre todo desde la producción, tema desarrollado por Juan Gabriel García en el libro “Los españoles del western” (edición Circulo Rojo), o que asimismo plasma Alex de la Iglesia en su filme “800 Balas” (2002).
La primera escena dará cuenta del tipo de estructura a la que nos encausa el director. Una conversación entre dos personajes que se va extendiendo, y a medida que avanza empieza a incomodar al espectador pues parece que no despegará. En realidad estamos en un enfrentamiento de personalidades, casi un duelo en el sentido más cinematográfico del término, además de un duelo de actuación. En ese primer cuadro nos encontramos con Eduard Fernandez y Leo Sbaraglia que se cruzan en un edificio, casi se diría por casualidad, se conocen de antes, hablan, y en el hablar pujan por discutir sobre un tema intentando terminar como vencedores, o al menos no salir demasiados lastimados.
Todo el filme esta construido de esa manera, pequeños cuadros de situación de enfrentamientos, casi cotidianos, en los que los diálogos son la vedette, pero las actuaciones son los diamantes.
De entre todos posiblemente el encuentro entre Luis Tosar y Ricardo Darín sea el que se lleve las palmas, pues combina ambas, dialogo y actuación, de manera perfecta, al mismo tiempo que podría ser la más previsible de todas. También Javier Cámara compone magistralmente a un marido que quiere volver, que no puede registrar nada.
Entre las actrices se destaca por su personaje, que plantea alguna pequeña diversidad de registros y algo más en su desarrollo, Candela Peña, por mostrar como una oficinista un nivel de actuación superior a las demás.
Los personajes, mayoritariamente masculinos, pertenecen al grupo etario de mayores de 40, no así las mujeres. Una lectura rápida encuadraría al texto como problemas de cuarentones, pero en rigor a la verdad el argumento es mucho más profundo.
Los temas en juego son el amor, la pareja, la amistad, la infidelidad, las crisis, tanto personales como sociales, todas desarrolladas en escenarios naturales: el edificio, una oficina, el banco de una plaza, la ultima nos confronta a un montaje paralelo de dos parejas de amigos cruzadas, una en un coche la otra en la calle, yendo ambas hacia un mismo destino. Ese destino cierra con todas las historias y lo que parecía ser sólo una sucesión de encuentros casuales termina por plantearse como un filme coral, lo que determina que todo podría transcurrir a lo largo de un solo día, donde finalmente los personajes se encuentran, en un mismo tiempo, esa noche, dentro de un mismo espacio, un departamento, y por un solo motivo: el cumpleaños de alguien.
Podría haber seguido construyendo historias, tal es la maravilla que provoca ver esta selección de actores interpretando personas comunes y corrientes en entornos habituales.