Qué tienen ellos en la cabeza
Hay muchas estrellas del cine español, incluidos Ricardo Darín y Leonardo Sbaraglia, en esta película del catalán Cesc Gay, compuesta por varios segmentos autosuficientes que al final se unen levemente. Se nos presentan situaciones diversas de hombres de cuarenta y pico, algunos un poco arriba (Darín) y otros un poco abajo (Eduardo Noriega): situaciones de ansiedades, frustraciones, separaciones, engaños, reencuentros, nuevas oportunidades. En los segmentos de los actores argentinos (el primero y el tercero) no actúan mujeres, aunque en el de Darín la mujer es el centro de la historia. Pero con o sin mujeres a la vista, si hay una tesis que se puede extraer de la película es que los hombres de esa edad son entre un poco y muy patéticos.
Quizá no sea justo pedirle a Cesc Gay que mantenga la frescura de su primera película en solitario, Krámpack (2000), sobre dos adolescentes en su verano clave. Pero Gay supo hacer películas sobre adultos con mucha mayor enjundia que Una pistola en cada mano , como por ejemplo Ficción , ganadora del Festival de Mar del Plata en 2007. Una pistola en cada mano descansa en una forma que la acerca a una sucesión de escenas teatrales: dos personajes que charlan, se mueven un poco, charlan un poco más, se confiesan cosas. Y esto pasa, en especial, en los segmentos de los actores argentinos. Si el de Darín funciona mucho mejor que el de Sbaraglia es porque los diálogos son más elaborados y tienen un componente de indefinición que va más allá de la confesión emocional básica. En el de Sbaraglia los diálogos son apenas un planteo básico que podría servir para desarrollar personajes, pero se quedan en el bosquejo. Y hay otro problema: Darín hace de argentino y habla como argentino, pero Sbaraglia tiene que forzar su habla como español, y así reduce en mucho la naturalidad que puede lograr como actor y que ha demostrado varias veces (la muy recomendable El campo , estrenada el año pasado, es un ejemplo destacado).
La secuencia protagonizada por Sbaraglia y Eduard Fernández es, además, la que por lo antedicho y además por la ambientación y la iluminación suma, al peligro teatral, el televisivo. Y justo está primera y hace que luego cueste un poco ajustarse a la propuesta, pero sin dudas la película mejora a medida que transcurre: los diálogos se afinan, las actuaciones son más convincentes, las situaciones son menos plañideras y hasta tienen mayor sorpresa y suspenso. El mejor segmento es el doble del final, en el cual dos parejas (cruzadas y por separado) se dirigen a la misma fiesta. Allí los diálogos y las actuaciones dejan de ser el centro absoluto porque el montaje que nos hacer ir de una pareja a la otra agrega dinamismo, tensión: lo que se dice en una situación nos hace ver la otra de manera distinta. Y además, como una de las parejas va en coche, los primeros planos son más frecuentes y nos permiten confirmar que Leonor Watling posee absoluta fotogenia, encanto y presencia. En ese camino que señala el segmento del final, el más cinematográfico, estaba la película más atractiva que podría haber sido Una pistola en cada mano y que Cesc Cay ya ha demostrado saber hacer varias veces en su carrera.