La insoportable levedad del ser masculino
Pocas veces el cine nos entrega muestras francas de la vulnerabilidad masculina, narraciones donde veamos a hombres vencidos, vacilantes y desencantados. Las pocas veces que eso ocurre y cuando el cuento está bien contado los resultados son más que interesantes.
¿Quién no recuerda el maravilloso film Alta Fidelidad donde un desilusionado John Cusack se cuestionaba qué fue primero si las penas o las canciones y repasaba su prontuario amoroso fallido en busca de la explicación o el patrón común que le permitiera ser feliz amorosamente hablando? O la ya icónica Kramer vs Kramer que nos narraba crudamente el proceso de la separación de una pareja joven en tiempos donde el divorcio aún era un tabú social poco transitado.
Como sea, el cine es algo reacio a mostrarnos el lado vulnerable de los hombres en las diversas crisis que atraviesan en sus vidas, y en medio de este marco aparece la obra del director Cesc Gay para brindarnos un vívido y honesto retrato de la masculinidad en crisis.
El realizador catalán, como un miembro mas de la sociedad española duramente castigada por la crisis mundial económica actual que azota particularmente Europa, nos cuenta valiéndose de una estructura episódica diversas historias de hombres vencidos y errantes que de alguna forma buscan su norte en medio de un paradigma que les resulta adverso.
Fóbicos, cuarentones, padres, divorciados, engañados y díscolos, todos ellos tienen un sólo elemento en común: el orgullo que los mantiene vivos.
Como bien lo señalara el director y también guionista junto a Tomás Aragay “ …Imagínate que eres un boxeador y te están matando a golpes, pero sigues ahí, de pie, orgulloso. El hombre no quiere perder, le cuesta mucho pedir ayuda y dejarse ayudar. Y esas características eran cómicas de por sí..”
Así, el film nos muestra a un cuarentón exitoso en lo laboral pero fóbico al extremo de quebrarse en un centro comercial (Leo Sbaraglia); el hombre vencido que vuelve a la casa de su madre sin un euro (Eduard Fernandez); un ex marido esperanzado con el regreso totalmente improbable (Javier Camara en una interpretación que mixtura ternura con patetismo en idénticas proporciones), un marido engañado que persigue a su esposa infiel hasta su encuentro clandestino (Ricardo Darin), un potencial infiel con poca experiencia en la materia (Eduardo Noriega).
La estructura elegida por Gay le permite adentrarse en ese nuevo paradigma de hombre que comenzó a dibujarse -o a desdibujarse- en las últimas décadas. Los terrenos ocupados ahora por las mujeres, su fuerte inserción laboral y social fueron forjando al individuo masculino cada vez menos impulsor de las situaciones que lo rodean.
Cesc Gay nos brinda una mirada sincera, cruda, pero por sobre todo nos invita a reflexionar sobre nuestras propias realidades, sin bajadas de líneas moralizadoras ni respuestas ad hoc. Más que nada Una pistola en cada mano es un sano ejercicio de reflexión sobre la sociedad actual, sobre las relaciones de pareja con un sólido guión y excelentes actuaciones que hacen de esta historia coral un testimonio honesto de los tiempos que corren.