"Una receta perfecta": sabor a poco.
Perteneciente a esa categoría de películas que se proponen construir una mirada cariñosa sobre los conflictos y dramas que genera la llegada de la vejez, desde un punto de vista positivo e intentando si no quitarle, al menos aligerar sus componentes traumáticos, la danesa Una receta perfecta aborda la amistad entre tres mujeres que se enfrentan a ese momento crítico de formas distintas. Marie, Vanja y Berling se conocen desde la adolescencia y su vínculo se ha hecho fuerte a partir de eso que ahora se denomina sororidad: una serie de lazos que las hermana en virtud de su naturaleza femenina. Sin embargo, el tiempo y los diferentes caminos que cada una ha elegido seguir han puesto entre ellas cierta distancia. Pero cuando en plena celebración navideña Marie descubra que su marido está a punto de dejarla porque se ha enamorado de otra mujer, también septuagenaria, las otras dos amigas no dudarán en venir en su apoyo.
Con el fin de distraer a Marie de su tristeza e intentar conectarla con sus impulsos vitales, el trío decide realizar un viaje al sur de Italia, tierra que en el imaginario de los países del norte europeo representa la posibilidad de un marco emocional menos rígido. El deseo, la sensualidad e incluso cierta ligereza y desprejuicio para vincularse forman parte de la fantasía italiana de las tres “chicas” danesas. Cualquier parecido con aquella canción de Rafaella Carrá que postulaba que “para hacer bien el amor hay que venir al sur” no es mera coincidencia. La película realiza ese cruce cultural de modo superficial, apelando a recursos costumbristas y lugares comunes que alimentarán las consabidas situaciones de comedia, aunque nada de eso se encuentre en el centro de su relato. Más bien lo usa para poner en perspectiva los diferentes dramas que las amigas atraviesan, pero cuidándose de no perder nunca de vista su aspiración de feel good movie.
Cuestiones como la soledad, el abandono o la añoranza de quienes ya no están ponen al sentimiento de pérdida como principal motor de la angustia de las protagonistas. Y cada una lidia con eso como puede: Marie se deprime ante la posibilidad de que su mundo se desmorone; Vanja le teme a reabrir su corazón; y Berling juega a ser más desprejuiciada de lo que es en realidad. Cada una detrás de su máscara, descubrirán que la vida no es aquello de lo que llegaron a convencerse a golpes de rutina. Pero la película no consigue que nada de eso alcance demasiada profundidad. Por un lado porque sus escenas de comedia pocas veces resultan originales y nunca terminan de alcanzar la gracia buscada. Por el otro, sus personajes se vuelven esquemáticos, tanto los principales como los secundarios, haciendo que en todos ellos lo previsible se vuelva inevitable. Aun con su ternura y simpatía, que las tiene a pesar de lo anterior, se trata de Una receta perfecta que termina dejando sabor a poco.