Val (Regina Casé) pasa sus días trabajando como mucama en la casa de un acaudalado matrimonio de Sao Paulo y su hijo adolescente. Bárbara (Karine Teles) y Carlos (Lourenço Mutarelli), sus patrones, la tratan prácticamente como a una integrante más de la familia, derecho que Val se ganó a fuerza de eficiencia, educación y mimos al pequeño Fabinho (Michel Joelsas), a quien vio nacer y consiente como una segunda madre (de ahí el título del film).
Pero la calma en ese microclima burgués se verá alterada con la llegada de Jéssica (Camila Márdila), la hija de Val que, luego de una década de estar distanciada de su madre, viene a la ciudad para dar el examen de ingreso a la universidad. Los dueños de casa aceptarán en principio que la joven se INSTALE junto a ellos, pero con el correr de los días la personalidad de Jéssica (curiosa, inteligente, desenvuelta) hará mella en la pareja y en la propia Val.
Premiada por el público en la sección Panorama en la Berlinale de 2015, Una segunda madre plantea una mirada sobre los conflictos de clase, pero no lo hace con los rancios y obvios modos que podría exponerlos el costumbrismo televisivo sino que aborda estas tensiones sociales con una sutileza que resulta por momentos inquietante. Son estos los pasajes más valiosos del film, en los que el aparente orden y un trato cordial -e incluso afectivo- no inhibe las diferencias entre patrones y servidumbre. Para bien o para mal, Jéssica será una figura de peso y la casa bailará al ritmo de ella.
Aguda observadora de un universo al que quizás no pertenezca pero sin duda conoce, Anna Muylaert logra un film certero y crítico de estas pequeñas estructuras de poder. Lo único objetable es una emotiva revelación al final que, de haberse obviado, el film no perdía ni un ápice de vigor. Una cereza innecesaria para un postre ya de por sí sabroso.