Culpa de clase
Inteligente retrato sobre las diferencias de clases es el que aborda la brasileña Anna Muylaert en Una segunda madre ((Que Horas Ela Volta?, 2015), película premiada en el prestigioso Festival de Sundance por el público y el jurado.
Val (Regina Case) es la mucama de una adinerada familia de San Pablo. Vive con ellos desde hace una eternidad y es quien se encargó de criar a Fabrinho, el hijo adolescente del matrimonio integrado por Bárbara, una diseñadora exitosa, y Carlos, un pintor que perdió la inspiración. Pero Val tiene una hija (Jessica) a la que no ve desde que era una niña y hoy ya una mujer a punto de entrar a la universidad decide mudarse con ella durante un tiempo. La llegada de ese ser extraño y ajeno a la rutina de todos los integrantes de esa casa pondrá en crisis el aparente orden que los regía, obligándolos a replantearse todo lo vivido.
Muylaert erige un sólido relato llevando siempre las riendas de la narración con suma inteligencia, para acabar sorprendiendo en cada giro dramático. Aparentemente parece que los personajes son de clisé, pero no es así. Tienen vida propia, desarrollando un arco coherente con el devenir de los acontecimientos. Cuando el espectador piensa que Val es como una suerte de Mr Belvedere (1985-1990), la autora brasileña da un giro de timón y cambia bruscamente el planteo. Sabe mezclar los momentos de comedia, donde carga las tintas sobre esa burguesía acomodada, con los de drama. Astutamente pone en marcha una serie de mecanismos dramáticos una vez que el espectador ha empatizado y se siente plenamente identificado con Val.
Cuando el espectador piense que está viendo un drama heredero de Los ricos no piden permiso (2016) la realizadora volverá a sorprender con una lucha titánica entre madres, y el protagonismo se lo llevarán Jéssica y Fabinho. La mujer siente envidia de Val porque tiene la hija que ella no tendrá. A su vez, Val ha criado desde pequeño a Fabinho mientras la dueña de la casa se entregaba a su profesión. Así el niño se identifica más con la criada, y eso le corroe las entrañas a la madre, que desconoce en qué momento perdió a su hijo. Cuando el drama se tensa demasiado tira un balón de oxígeno lleno de comedia ofreciéndonos a una Val muy Celestina, una vez más los personajes de Jéssica y Fabinho son usados para enfrentar a esas dos madres indirectamente. Cuando el espectador empieza a intuir que el objetivo primordial es hacer una crítica del modelo de familia de “diseño” frente a una más “tradicional”, en ese momento activa el gran recurso dramático de contravenir las leyes entre arriba y abajo, con lo que el drama está servido en la mesa una vez más.
Un punto interesante es como la autora juega con los diferentes elementos creando auténticas metáforas visuales. Interesantísimo el juego que le da la piscina, que comienza llena de agua, un agua que simboliza la pureza, la libertad, donde los jóvenes se bañan más allá de las normas dictatoriales maternas. Poco a poco veremos como el nivel baja a medida que la atmósfera se vaya enrareciendo y asfixiando a los personajes. Muylaert lucha constantemente por dar esa misma libertad al espectador a la hora de analizar y entender el relato mostrándonos una realidad llena de grises, en las antípodas de ese juego de café que Val le regala a Bárbara y que es una metáfora recurrente a lo largo de todo la historia.