El último cine brasilero está obsesionado por contar historias que entrelazan clases sociales. A las recientes “Casa Grande” de Felipe Barbosa, o “Nova Dubai” de Gustavo Vinagre, profundizaron las relaciones que se forjaron a la fuerza del conglomerado económico y social.
“Una segunda madre” (Brasil, 2015) de Anna Muylaert, vuelve con la temática desde la particular visión de una empleada doméstica cama adentro llamada Val (Regina Casé), quien brinda servicios de una manera precisa para una familia adinerada de la clase alta paulista.
Durante años Val dirigió los destinos de la vivienda mientras sus dueños aprovecharon la incipiente fama para seguir alimentando los millones que poseen. A su vez, Val crio a Fabinho (Michel Joelsas), con quien mantiene una relación tan cercana que termina por generar celos en la verdadera madre del muchacho.
Cuando un día recibe la inesperada llamada de su hija Jessica (Camila Mardila), quien irá a San Pablo a estudiar, Val decidirá pedirle a la dueña de casa la posibilidad de hospedarla en lo inmediato mientras busca un lugar para ir ambas a vivir.
Pero con la llegada de Jessica todo cambia. Val ve cómo el sentido de pertenencia de clase se confunde en la joven, aceptando las ofertas del Dr. Carlos (Lourenco Motarelli) de participar en la vida de la familia como uno más.
“Una segunda madre” está dividida en dos etapas narrativas bien disimiles entre sí. Una primera en la que la presentación de Val y Fabinho es esencial para empatizar con ambos, etapa digresiva de detalles que sólo por la energía de Val y la verborragia de ésta difiere del relato costumbrista clásico.
La siguiente fase, en la que el conflicto estalla ante la llegada de la hija, el tradicionalismo narrativo se potencia con una mirada mucho más opresiva, no enjuiciadora, sobre la llegada de Jessica y los avances de ésta sobre la familia.
Si Val se mantiene con su postura ante la sumisión que exige el puesto de trabajo, Jessica se rebelará ante cada directiva que la dueña de casa imparta o su propia madre le indique ante algunas situaciones.
Hay un intento de Muylart por despegarse de lo que cuenta cuando juega con la idea de independencia necesaria para que Val y Jessica puedan reencontrarse y conjugar las ideas sobre clase que cada una tiene.
Cuando el dueño de casa avanza sobre la joven, de manera sorpresiva, el relato se desencadenará hacia un punto de no retorno por el que Val deberá tomar una decisión sobre ella y su hija.
Un juego de café, regalo de Val a su dueña, que se repite a lo largo de todo el metraje, será también la idea con la que la directora quiera jugar sobre la integración de las clases. En el rechazo de la clase alta, en la mirada soberbia y superadora, y en la concepción del trabajo como fundador de la moralidad “Una segunda madre” va narrando su historia lentamente potenciando los conflictos cotidianos como la amenaza más fuerte para las relaciones.