QUÉ HEMOS HECHO...
En Una segunda oportunidad se dicen y se hacen cosas terribles sin pudor alguno, casi al nivel del gore, solo que en sagas como Hostel o El juego del miedo uno sabe qué va a ver de antemano. El caudal de violencia que despliega la directora danesa viene “camuflado” (aunque todo quede al descubierto gracias a una insoportable catarata de primeros planos) de drama por lo que la propuesta además de obscena es hipócrita.
Dos parejas, dos bebés, dos realidades. La primera, de clase media alta, lo tiene todo. Bah, falta un perro pero para qué si tienen una casa que da al mar, el fuego siempre encendido del hogar y ambientes perfectamente decorados. Mamá (la muy bella Maria Bonnevie) se ocupa del nene y papá (Nikolaj Coster-Waldau aka Jaime Lannister de Game of Thrones) no solo es buen papá sino también un marido y policía (encima eso) ejemplar. La segunda pareja la conforman dos pobres desdichados entregados al vicio. Él es psicópata a más no poder, ella se droga o es drogada, él es violento y todo está sucio (especialmente su bebé, procuremos que se note). El contraste es evidente y cuando la desgracia atente injustamente contra los primeros la solución será apropiarse del bebé de los segundos.
Lejos de indagar las causas o los factores que dan origen a la división de clases (la película podría transcurrir en cualquier otro lugar que no fuera Dinamarca), la directora opta por encarnizarse con los personajes: bebés y adultos lloran y gritan por igual. La solución sugerida ante el malestar, para colmo, es igual de siniestra: “si estás nervioso tomate una pastilla… como hace la gente normal”.
Hemos de ser justos y salvar a los intérpretes: Nikolaj Lie Kaas y Ulrich Thomsen, habitués de Bier, actúan bien y lo mismo corre para la pareja protagónica. No son razón suficiente para dedicarle tiempo a lo último de la multipremiada directora danesa que supo ganar el Oscar y el Globo de Oro en 2010 por Hævnen, otro film igual de mediocre.
Frente a propuestas que han tenido extrema consideración en cómo mostrar aquello que merece ser velado (recordemos 4 meses, 3 semanas y 2 días del rumano Cristian Mungiu, por ejemplo), el camino tomado por Bier es un insulto al espectador, a sus colegas y al cine. Uno se pregunta qué lleva a alguien a dirigir una película así. ¿Será el sadismo? Si esta es la única pregunta que genera su obra, a la directora de Una segunda oportunidad conviene ya no darle más oportunidades.//?z