Despedida a lo grande
“Estoy cansada de ser graciosa”, dice Eva -la masajista (y casi terapeuta) que interpreta Julia Louis-Dreyfus- en lo que parece ser algo así como una confesión de honestidad brutal y poco menos que el leit-motiv del film. Es que la película -que durante muchos minutos es divertida a partir de su andanada de diálogos punzantes escritos por esa consumada satirista que es Nicole Holofcener- de golpe se va volviendo más y más melancólica, tristona… y final. Final, también, porque uno no puede dejar de pensar en cada fotograma en el que aparece el gran James Gandolfini en que ya no estará más, en que se fue demasiado pronto…
La guionista y directora de Confidencias / Walking and Talking (1996), Lovely and Amazing (2002), Amigos con dinero (2006) y Saber dar (2010) concibió -sin saberlo, claro- una despedida a la medida del inmenso talento (no siempre aprovechado en el cine) de quien sí descollara en la TV como Tony Soprano. Y también saca el máximo provecho de otra gran comediante de exitoso paso por la pantalla chica y de trabada carrera en la grande como Julia Louis-Dreyfus, la Elaine de Seinfeld. Para completar el trio de talentosas “MILFs” aparecen en jugosos personajes secundarios Catherine Keener y Toni Collette. Cartón lleno…
Eva se la pasa yendo de casa en casa para hacer masajes a gente pudiente de Los Angeles. Son, en general, clientes bastante insufribles y en ella -que tampoco ha tenido demasiada suerte con los hombres- se acumula una creciente insatisfacción y un íntimo convencimiento (aceptación, resignación) de que nunca encontrará al hombre de su vida. Pero en una fiesta conoce a dos personas que le cambiarán la existencia: Marianne (Keener), una poetisa excéntrica y fascinante; y Albert (Gandolfini), un gordito simpático pero en apariencia algo patético que trabaja en el museo de la televisión de la ciudad.
No sin resistencias, el improbable romance entre Eva y Albert avanza, pero allí aparecerá el personaje de Keener (y las hijas ya adultas de ambos) para complicarlo todo en una tragicomedia con enredos y vueltas de tuerca que Holofcener se encarga de preservar de los clichés y lugares comunes de la comedia romántica más convencional.
Que en las impagables charlas de Una segunda oportunidad se hable de tetas verdaderas (y, por lo tanto, imperfectas) y del mal aliento, o que se muestre un sexo sin glamour publicitario son ejemplos de un acercamiento a la crisis de la mediana edad (y de la vida urbana de hoy en general) pletórico de nobleza y, sobre todo, de absoluta credibilidad.
Más allá de la tristeza que -al menos a mí- me generó verlo a Gandolfini (¡que para colmo está tan encantador en pantalla!) y de ciertos momentos “ingeniosos” que resultan un poco forzados (y sobre escritos), Una segunda oportunidad resulta un film inteligente, sensible y, por los diferentes motivos ya expuestos, emotivo. La combinación entre una de las autoras más inteligentes del cine independiente norteamericano como Holofcener y la dupla Dreyfuss-Gandolfini hacen de esta una experiencia decididamente disfrutable.