Estar de duelo ante la despedida de un familiar es una circunstancia difícil que todo ser humano transita alguna vez, pero es mucho más duro aún cuando ese momento lo atraviesa un matrimonio ante la muerte de un hijo, y si es varón, en el judaísmo, es un sufrimiento infinito que requiere una gran valentía y temple poder asimilarlo.
La Shivá, en la religión judía es transitar el dolor por el fallecimiento de un pariente durante una semana, acompañado por otros familiares, donde hay que permanecer en la casa y no trabajar. Luego de este período la gente puede volver a sus tareas habituales.
El director de esta película, Asaph Polonsky, en su ópera prima toma esta frecuente situación para retratar lo que le ocurre a una pareja israelí, encarnada por Vicky (Evgenia Dodina) y Eyal (Shai Avívi), tras la muerte de su único hijo Ronnie, de 25 años, luego de luchar contra un cáncer.
El film comienza justo cuando termina la Shivá y ambos tienen que salir a la calle a enfrentarse con la vida diaria. Vicky intenta volver a trabajar en el colegio primario donde es maestra y necesita llevarle a los demás una imagen que, pese a todo, está entera, posiblemente no sólo por los demás sino también por ella misma. Por el contrario, a Eval no le importa mostrarse como está, y tampoco demuestra un interés real en retornar a sus obligaciones, ni a hacer otras tareas administrativas, por el contrario, de algún modo trata de evitarlos, lo posterga, se siente perdido. Con la ayuda del hijo de un vecino, Zooler (Tomer Kapon), realiza ciertos actos no convencionales, más propios de un adolescente que los de una persona con su edad. Tiene la necesidad de negar lo sucedido refugiándose en conductas erráticas, porque está distraído y disperso. De este modo cada uno de ellos trata de sobrellevar el trance, como pueden, solos, y les lleva un día más de lo planeado.
La narración tiene un ritmo lento acompañando la dramática circunstancia que vive la pareja, y el desarrollo del relato se empantana en ciertos momentos con algunas escenas extensas por demás, impidiendo que la historia fluya adecuadamente.
Una vez asumida la realidad, porque se sabe que no hay retorno, está en la capacidad de cada uno asimilarlo, reconfigurándose para intentar llevar una existencia más o menos aceptable y encarar un nuevo futuro para el resto de sus vidas.