LA PRESENCIA INVISIBLE
El duelo es la piedra basal de esta comedia dramática israelí que logra un improbable balance entre el dolor, la risa y el comentario social con notable efectividad. En su ópera prima, Asaph Polonsky se muestra lo suficientemente seguro como para que las irregularidades del relato no vulneren sin embargo una propuesta fresca, con un trabajo sólido de Shai Avivi.
El eje del relato es Eyal (Avivi), que junto a su esposa Vicky (Evgenia Dodina) se encuentran en el proceso de readaptarse a sus labores habituales tras la semana del shiva, un proceso del judaísmo que forma parte del duelo tras la pérdida de un familiar cercano. En este caso se trata de su único hijo, Ronnie, una presencia que a lo largo del film sólo se menciona pero que se encuentra omnipresente a través de Eyal y Vicky. El asunto es que tras el shiva el escenario continúa siendo triste y melancólico para la pareja, ya sea a través de las evasiones de Eyal o la aparente actitud mecánica de Vicky. Uno de los problemas que se cierne sobre el film en su conjunto es que se focaliza en el retrato del primero, permitiendo que Avivi se luzca, pero el retrato de Vicky aparece más desdibujado cuando en verdad hay algunas pinceladas de su personaje que nos permiten comprender el dolor que se encuentra atravesando con una sorpresiva contundencia que, en el caso de Eyal, no la vemos.
Pero donde realmente se luce Avivi es cuando logra balancearse entre el drama y la incomodidad para lograr un momento que a menudo termina siendo cómico involuntariamente. Los rituales obsesivos, una actitud cansina y el cinismo con el que lo vemos inicialmente mantiene una progresión que dialoga con el tono esperanzado del final. Denominado como el “Larry David israelí”, el actor tiene en sus gestos y la forma de sobrellevar los diálogos mucho en común con el veterano protagonista de Curb your enthusiasm. Luce en su interacción con Zooles, el personaje interpretado por Tomer Kapon, que por momentos se asemeja demasiado a una caricatura y con el cual pueden verse algunos momentos lúcidos, pero también algunos que sobran o redundan en un guión que se torna previsible apenas pasada la media hora. No ocurre de la misma forma con el personaje de Vicky: la última secuencia en el consultorio odontológico es particularmente intensa por el subtexto que sobrevuela en la escena, escuchamos a las dentistas dar órdenes de cómo procesar el arreglo dental en curso, pidiéndole que abra y cierre la boca numerosas veces. Esta actitud mecánica de sobrellevar una cura tiene su analogía en el proceso del shiva, contextualizado en el duelo que esa madre sobrelleva tras la muerte de su hijo. Otro cantar es el uso de desplazamientos de cámara invasivos que van del primer plano al primerísimo primer plano con la intención de shockear, descuidando la ya de por sí fuerza dramática de lo que la escena expone. A veces menos es más.
Una semana y un día está lejos de ser un film novedoso en cuanto al tópico que trata y las interacciones que se construyen, pero resulta fresco en la forma que lo atraviesa. Además cuenta con un elenco prolijo que sobrelleva el registro con la solvencia que necesita su director que, a pesar de ser su ópera prima, filma algunas secuencias con una seguridad que sorprende, en particular gracias al peso que le da a los planos largos en la narración. Irregular y con algunos momentos que aportan poco, el film de Polonsky es sin embargo una apuesta que deja una sonrisa ante un tema sombrío.