Esta comedia dramática israelí presentada en Cannes y ganadora del Festival de Jerusalem 2016 se centra en las consecuencias que tiene en una pareja la muerte de su hijo. La película intenta hacer convivir una temática difícil con un tono liviano y no siempre sale airosa del desafío.
Una colega española me contaba que le había encantado JULIETA, de Pedro Almodóvar, que para ella fue como un páramo dentro de la cartelera de estrenos allí. Pero está convencida que, de haberla visto en medio del más alto nivel promedio del Festival de Cannes, su reacción podría haber sido un tanto menos entusiasta. Traigo a cuento esta anécdota para hablar de UNA SEMANA Y UN DIA, la gran ganadora de la competencia israelí en el Festival de Jerusalem y una que venía de presentarse en la Semana de la Crítica de Cannes. En el contexto de la competencia local –no demasiado notable– quedan pocas dudas porqué fue la ganadora, aunque puesta en uno internacional, la película muestra sus debilidades. Yo la vi en Cannes, lo que probablemente le haya restado puntos a mi apreciación en relación a la más positiva de buena parte de mis colegas que la vieron en Jerusalem. Es como la anécdota de JULIETA, pero a la inversa…
La opera prima de Polonsky arranca muy bien, de hecho, acercándose a una pareja que acaba de terminar la semana de duelo (shiva) tras la muerte de su hijo. Con un dolor que se manifiesta en forma de enfado, tensión e irritación, los protagonistas (más él que ella, de hecho) intentan volver a la vida cotidiana: ella, tratando casi de seguir como si nada hubiera pasado; él, no tanto. Pero a ninguno le será fácil ya que el dolor que llevan los hará meterse en situaciones complicadas que Polonsky decide jugar por el lado de la comedia. El padre coneguirá “marihuana medicinal” en el hospital donde su hijo estuvo internado y se enredará con el hijo de un vecino para aprender a usarla, con las previsibles consecuencias. Mientras tanto, la mujer querrá sí o sí retomar sus clases más allá de que en la escuela le hayan puesto un maestro suplente para dejarla recuperarse tranquila por más días.
El problema del filme, de la media hora en adelante (al menos hasta que, sobre el final, vuelve a cobrar cierto dramatismo) es que termina volviéndose una comedia un tanto tonta sobre un padre confundido, un joven fumón que toca “air guitar”, una niña enferma que los mete en enredos en la clínica y así. Y por el lado de la madre las cosas no pintan mucho mejor. En la última parte del filme, como dice la frase hecha, “le cae la ficha” al padre y UNA SEMANA Y UN DIA recupera algo que no debería haber perdido nunca: el contexto dramático que la envuelve y la sensación, que parece olvidarse a lo largo de más de una hora de metraje, de que hay un dolor profundo enmascarado en todas esas desventuras un tanto banales.
La negación, en buena medida, parece ser un tema fuerte en el cine israelí contemporáneo (ver, sino, la igualmente divisiva BEYOND THE MOUNTAINS AND HILLS, de Eran Kolirin, también presentada en Cannes), pero en este caso no tiene que ver con nada específicamente político sino con la universalidad de la muerte de un hijo. UNA SEMANA… se ubica en el espectro más comercial del nuevo cine israelí y, siendo todo un crowdpleaser, muy probablemente sea la elegida para representar al país en los Oscars. Pero no es una película que esté a la altura de lo mejor que se hace allí actualmente, algo que sí uno podía apreciar en GETT y en el resto del cine de la tristemente desaparecida Ronit Elkabetz, quién ojalá se convierta en faro de los nuevos realizadores locales.