Una pareja enfrenta el duelo por la muerte de su hijo de 25 años. Pero lo que podría ser una crónica durísima es, en manos del director Asaph Polonsky con esta, su primera película, un sorprendente film en el que no falta el humor a la hora de describir el cotidiano de dos personajes, desde el último día del shiva -tiempo de duelo-: una semana y el día que le sigue. Y mientras la madre quiere reconectarse con sus actividades (el trabajo, los encuentros sociales, las citas médicas), Eyal, el padre, se entrega a pasar el tiempo con el joven que fue amigo de su hijo, fumando porro. Al tipo no le importa quedar bien con nadie, se entrega a sus pequeñas obsesiones, descarga su bronca contra unos vecinos amantes que hacen demasiado ruido, un taxista metido, una pareja de amigos llenos de irritante buena voluntad para el consuelo. Ahí está lo más divertido, paradójicamente, de este film sobre la pérdida, un tema que no elude como puede parecer en el desconcertante principio. Muy presente está también la mirada sobre el funcionamiento de una sociedad regulada y vigilante, a través de pequeñas viñetas que van armando un paisaje, entre lo íntimo y lo colectivo.