Del luto a la fuga
Existen muchas maneras de abordar el tema del luto en el cine pero pocas de encontrar el tono ideal para no caer en el peso de la tragedia personal, revestido de la manta lacrimógena y solemne por la seriedad de la temática, o bien recaer en la liviandad del humor negro para despojarse de la profundidad emocional que depara dicha pérdida. Es por ese motivo que esta ópera prima israelí, del director Asaph Polonsky -también encargado del guión- merece un reconocimiento por el riesgo y el equilibrio asumido desde el vamos y en sintonía con los estados anímicos que atraviesan los personajes de esta historia.
En el reducido lapso de la shiva (así se denomina la semana de duelo en la religión judía) pero más precisamente el día después, el protagonista de este relato, Eyal Spivak (Shai Avivi), se sumerge en una espiral de sensaciones a partir de sus intentos estériles de fuga, debido a la reciente pérdida de su único hijo, un joven de 25 años que no resistió a la enfermedad terminal. Su esposa Vicky (Evgenia Dodina), por el contrario, procura retomar la rutina para aplacar la angustia. Sin embargo, en Eyal no encuentra el apoyo para hacerlo y mucho menos la colaboración necesaria para recomponer las cosas dado que su único interés parece estar depositado en el ocio, en la pérdida de tiempo y el consumo de marihuana medicinal, que rescató del hospicio donde estaba internado su hijo. Desde esa perspectiva de la fuga constante, aparece el vecino Zooler (Tomer Kapon), antiguo amigo de su hijo, de una edad parecida y la desfachatez necesaria para no tomarse las responsabilidades de la vida demasiado en serio.
La película se nutre de pequeñas situaciones jugadas a un tono de comedia negra, aunque ese no es el registro que predomina en la trama porque el drama no deja nunca de estar presente, tampoco la ausencia y ese duelo silencioso que tanto Eyal como su esposa experimentan. La eficacia de la comicidad despoja de solemnidad la historia y encuentra en la entrega del actor Shai Avivi su mejor canal de expresión, así como la explosión desde el aporte sustancial del joven Tomer Kapon. Ambos consolidan una relación que excede el simple compañerismo para transformarse en apoyo recíproco en la curva de transformación espiritual.
Tal vez hacia la segunda mitad ese clima distendido se opaque un poco pero nunca prevalece el drama sin el aditivo necesario para despejar el camino del llanto y abrazar el sendero de la reflexión que llega con la emoción y no al revés.
Por ese motivo y teniendo en cuenta la alicaída oferta extranjera no mainstrean de la cartelera local, esta oportunidad debe barajarse a la hora de elegir qué ir a ver la próxima vez.