Después de los siete días del Shiva -la semana de luto- por la muerte y entierro de su único hijo, Eyal Spivak (Shai Avivi) y su esposa, Vicky (Evgenia Dodina), deben volver a sus trabajos y actividades cotidianas, algo para nada fácil, todavía siguen abatidos por la pérdida.
El israelí Asaph Polonsky es el director y guionista de “Una semana y un día”, su ópera prima, tras la realización de tres cortometrajes (“Ritch-ratch”, 2008; “Bamita be 10 balayla”, 2010; “Samnang”, 2013). El largometraje fue exhibido el año pasado en La Semaine de la Critique (La Semana de la Crítica), sección que se realiza al mismo tiempo que el Festival de Cannes y que es llevada adelante, desde 1962, por el Syndicat Français de la critique de cinéma (Sindicato Francés de la Crítica de cine). En este evento, la película de Polonsky consiguió el Premio de Apoyo a la Distribución otorgado por la Fundación Gan. Este galardón da veinte mil euros y todos los impuestos pagos al ganador para que la película sea distribuida en Francia.
Enfocándonos en el largometraje, éste logra alejarse de la sensiblería, el patetismo o el morbo que suponen las posteriores vivencias de los protagonistas tras la muerte de su hijo. El retrato que hace Polonsky de Eyal y Vicky no busca el efectismo emocional, sino, más bien, se aboca a una contemplación caritativa de su dolor. Esto se evidencia en el vínculo fraternal que se crea entre Eyal y el hijo de sus vecinos Zooler (Tomer Kapon). La conformación de este dúo, de por sí bastante dispar, cumple una función catártica para Eyal porque le permite procesar su duelo con aplomo. La escena en la que el muchacho le enseña a armar porros al protagonista, puede sugerir cierta inocencia del guion para el espectador, y quizás sí se vea ingenuo, pero, en sí, este episodio sirve como agente liberador. Eyal, como no pudo consumar su dolor durante la Shiva, busca, sumido en un trance de padecimiento continuo, paliativos que le permitan hacer frente a su pérdida, y la encuentra, de una u otra manera, con el inquieto de Zooler.
La (in)acción de la trama se rige por una narrativa lagunar. La pareja protagonista tiene una andar errático: Eyal y Vicky están aturdidos por no saber cómo seguir con sus vidas. Ella, por ejemplo, desea volver a su rutina dando clases en la escuela primaria, sin embargo, cuando entra al aula se encuentra con un sustituto, como también olvida su turno con la dentista. Las dos situaciones evocan una sensación de desarraigo emocional. Vicky, perdida como está, no puede conectarse con su presente, está “atrapada” en el pasado. Se perciben, en ambos personajes, las emociones confinadas en su interior, e, incluso, como éstas se exteriorizan, en breves momentos, por su inefable desconsuelo.
Sin una estética pomposa, “Una semana y un día” es una película sobria que, sin eludir la retórica planteada desde las acciones de sus personajes, nos transmite vitalidad.
Puntaje: 3/5