El enigma de una vida
Un seminario para mujeres llega a su fin. La institutriz pregunta a las estudiantes, como culminación de un severo proceso de disciplinamiento, acerca de su bienestar espiritual, si desean acercarse a Dios y, como consecuencia divina, alcanzar la salvación eterna. La mayoría contestará, sin titubear, afirmativamente. Tan solo una de ellas expresará, no sin nerviosismo, incertidumbre. Sus sentimientos, su forma de sentir y pensar -dirá ella- se encuentran indefinidos. La institutriz reprobará su impertinencia y confirmará así la soledad de su rebelión. La joven Emily Dickinson no resistirá mucho tiempo más en el seminario de Mount Holyoke. Su familia viajará hacia allí para rescatarla y llevarla de regreso a su casa en Amherst. Una casa que no abandonará hasta el final.
La primera escena de Una serena pasión (2016), la genial última película del director británico Terence Davies, exhibirá desde el principio, mediante una notable economía de recursos, la rebelión íntima y solitaria, acaso incierta, que conmoverá desde su temprana juventud a la poeta norteamericana. Rebelión que la acompañará durante toda su vida y que Davies se ocupará de narrar con paciencia. El director británico mostrará visualmente, como lo hacen pocos autores en la actualidad, lo que permanece oculto, por detrás de las palabras y los parlamentos. Justo aquello que señala a la perfección el título del film. Una pasión serena pero inmanejable. Una pasión que será posible percibir en la mirada, en los gestos. Especialmente, y con violencia, en el cuerpo.
Cada escena de la película conquistará un tiempo particular para establecer dramáticamente la situación de su protagonista, que será primero interpretada, en sus años de juventud, por Emma Bell, y luego por Cyntia Nixon, en una actuación deslumbrante. El paso del tiempo será representado con destreza y sencillez. La forma cinematográfica –que incluirá el uso de la técnica digital- estará siempre a disposición de la trama. Davies trabajará minuciosamente en la configuración de una atmósfera y un tono que promoverán el despliegue visual de los sentimientos de Emily, encuadres precisos, extensos paneos. Sentimientos no del todo determinados, pero que podrían revelar su sentido mayor en la búsqueda constante de cierta independencia, en una sociedad conservadora y hostil, fundamentalmente hacia una mujer que quiere alejarse, más no sea mínimamente, del decoro y la docilidad previstos para su vida.
Una de las primeras escenas, formidable en su realización –habrá muchas otras-, sucederá en un concierto de ópera. La cámara registrará en primer lugar la interpretación de una cantante. Luego ascenderá lentamente hasta detenerse en la platea y expandir su registro hacia donde se encuentra la familia Dickinson. La escena revelará la reacción de Emily ante lo que escucha. Su rostro, puesto en relación con los rostros de los demás, exhibirá una sensibilidad particular. Cuando la interpretación termine, conversará con su familia sobre la legitimidad de la mujer en la ejecución artística.Ella se dedicará a escribir con fruición poesía durante la noche. Su producción será publicada a cuenta gotas, de forma anónima. La narración estará puntuada por la lectura en off de sus poemas. Una correspondencia entre imagen y sonido que provocará momentos únicos de proyección significante.
La conversación será una constante en la película de Davies. Sus personajes dialogan, argumentan, polemizan. Sobre sus emociones, sobre la muerte y la eternidad, pero también sobre política. Como esgrima verbal, como puesta en acto de discursos sociales en circulación, en un periodo histórico determinado: mediados del siglo XIX, vísperas de la Guerra de Sucesión. La esclavitud será un tema dominante que la poeta no tardará en relacionar con la posición social de la mujer: “Cualquier argumento sobre género es guerra, porque ahí, también, hay esclavitud”, expresará cuando su hermano rechace dicha vinculación por arbitraria.
La película, de todas formas, no expondrá grandes rebeliones ni reivindicaciones. En el espacio reducido del hogar familiar, la protagonista tratará de cuidar, como pueda, su autonomía. La convicción de no arrodillarse ante nadie. Su irreverencia estará circunscripta a pequeños gestos, a su escritura. “Mi alma es de mi misma”, enunciará en una discusión con su padre. Cada escena buscará desarrollar el calvario de una aflicción que con acierto el film no significará de forma concluyente. La relación con sus hermanos, con su padre, con los hombres. Sin golpes bajos, sin exacerbar situaciones dramáticas, sin gritos. No habrá escenas grandilocuentes en esta película. La pretensión y el exceso no tendrán lugar en la poética de Davies.Al contrario, el film presentará el contrapunto fluido de escenas de un humor ingenioso y sutil.
El estreno de Una serena pasión es sin dudas un acontecimiento cinematográfico. La delicada forma de contar la historia, de acercarse a los pormenores biográficos que marcaron la vida de la protagonista y que sugerirán –que dejarán entrever- sus miserias y dolores, su profundo desasosiego, suscitará en el espectador una atracción inmediata y singular. Una oportunidad no demasiado frecuente para alejarse de la algarabía y el ruido y adentrarse por un rato en el enigma de toda una vida.