En busca de la belleza
Una pasión silenciosa es mucho más que una biopic sobre Emily Dickinson y un culebrón decimonónico: es una película sobre la poesía y sobre la muerte.
Hay una frase célebre que dice que “escribir sobre música es como bailar sobre arquitectura”, una boutade ingeniosa atribuída a Frank Zappa y a Elvis Costello pero cuyo origen verdadero se desconoce. Se usa para condenar el trabajo de la crítica y, como toda frase ingeniosa, parece contener una verdad.
Pensé en ella mientras veía Una pasión silenciosa, la primera película de Terence Davies en estrenarse comercialmente en la Argentina. No porque escribir sobre ella fuera particularmente como bailar sobre arquitectura (no más que escribir sobre Misión Imposible: Nación secreta o Mad Max: Furia en el camino), sino porque hacer una película sobre poesía en un punto es tan “bailar sobre arquitectura” como escribir sobre ella.
La película de Davies muestra que aquella célebre frase es una pavada y que las letras, las imágenes, los sonidos, la música, el mármol, son todos medios con los que traficar ideas. Con una puesta en escena impecable y unos diálogos exquisitos, la película cuenta la historia de la poeta americana Emily Dickinson pero en el fondo habla de la vida, de la muerte y de la poesía.
Dickinson está interpretada por Cynthia Nixon, la cínica Miranda Hobbes de Sex and the City. Quizás haya un guiño ahí, aunque Nixon se gana el papel por mérito propio, porque Una pasión silenciosa también habla sobre las distintas formas de ser mujer.
La primera escena es elocuente y extraordinaria. Un grupo de jóvenes mujeres termina el primer año de seminario. Están paradas, sus manos entrelazadas por delante, serias y reconcentradas. Emily (ahí interpretada por la joven Emma Bell) está en el centro y el plano es simétrico. La directora les hace una pregunta “de suma importancia que afecta a su bienestar espiritual”. ¿Quieren entregarse a Dios y ser salvadas?
La directora, estricta, les dice que las que quieran ser cristianas y salvadas, se muevan a la derecha. Y el resto, las que tenga todavía la esperanza de ser salvadas, a la izquierda. La joven Emily queda sola en el centro. Ella no sabe qué quiere y así se lo hace saber a la directora. En esta primera escena está la clave de la personalidad de Emily: es inteligente y no es hipócrita, por lo tanto es diferente y está sola.
Su refugio será la poesía, y a medida que avanza la historia y vemos su relación con su familia, con algunos pretendientes, sus ideas respecto de las mujeres y de los hombres, escuchamos versos alusivos de su poesía. Porque en el caso de Dickinson, su poesía no puede desligarse de su vida íntima. Quizás esto sea común a todos los poetas, pero el caso de Dickinson es parecido al de Borges: vidas consagradas a la literatura.
Una pasión silenciosa es una rara avis en los estrenos comerciales. Una película árida pero con un humor extraordinario. En ese sentido recuerda un poco a la excelente Amor y amistad, de Whit Stillman, pero la película de Davies va mucho más allá del culebrón decimonónico. Funciona como un vehículo que nos transporta, no a otra época, sino a otro plano sensorial. El de las ideas y la poesía. Pero lo hace con imágenes. Una verdadera proeza.