La última película de Terence Davies es una pièce d’époque, un retrato de Emily Dickinson, considerada una de o la más grande poetisa de los Estados Unidos, contemporánea de las inglesas Jane Austen y las hermanas Brontë, aludidas en el film.
Davies se vale de todo su academicismo para trazar un cuidadoso e impecable cuadro de época en una sociedad cerrada y puritana, la de Nueva Inglaterra en Estados Unidos en la segunda mitad del siglo XIX. Detallista, exquisito creador de atmósferas, Davies recrea el ambiente enclaustrado en que vivió la escritora, quien parece no haber salido de las habitaciones y jardines de su casa, ni haber conocido más personas que las de un entorno muy reducido y, sin embargo, dio gloriosos versos de humanidad romántica y profundidad sabia y poderosa.
La puesta en escena responde a la obsesiva minuciosidad de Davies, con encuadres clásicos, estilizados paneos de las habitaciones, y un sugerente uso de la luz, creando claroscuros de sutiles contrastes, en planos muy pictóricos a manera de cuadros de época, gracias a la fotografía de Florian Hoffmeister. El film está centrado en la personalidad de Emily, quien si bien parece al comienzo una joven fresca, de fuerte e independiente personalidad, ya decidida a volcarse de lleno a la escritura, con los años va evolucionando hacia la persona de una mujer ácida, de sexualidad reprimida y acerba ironía, siempre con la respuesta de palabra justa y destinada al mármol.
Los diálogos de Una serena pasión son lo más elaborado del film, incluso más que la exquisita imagen, y Davies le imprime un tratamiento teatral, discursivo, que junto a la estrechez del espacio crea un sentido de claustrofóbica prisión, progresivamente más encerrada. Cynthia Nixon (muy ajena a su personaje de Sex and the City) imprime a su Emily toda la fuerza de una personalidad aguda, pronta a la réplica cuestionadora, un carácter complejo y algo altanero que, con la falta de reconocimiento a su talento a lo largo de los años y el avance progresivo una dolorosa enfermedad que la postra en su cuarto –paralela a una neurosis-, va tornándose más acerbo.
La admiración de Davies por su protagonista se desliza peligrosamente hacia la solemnidad; Emily se expide sobre variedad de temas para todos los cuales siempre tiene una opinión lapidaria: la religión, la devoción, el lugar de la mujer en esa sociedad represora y patriarcal -en una suerte de pre feminismo-, la moral, la literatura, la muerte, etc. y en todos ellos va tornándose progresivamente más intolerante, perdiendo la frescura y el humor de la juventud. En concordancia, la luz, que en el comienzo es resplandeciente, va debilitándose al final.
En esta oportunidad, Davies trabajó con actores y técnicos de Bélgica y Estados Unidos. Jennifer Ehle cumple una acertada performance como la hermana de Emily –quien después de su muerte sería la responsable de su trascendencia como escritora-, siempre colocada en segundo plano, ejecutando una suerte de contrapunto de sensatez y sentido común frente a esa hermana terminante e intolerante. En cambio Keith Carradine como el padre parece fuera de lugar, en una sobreactuación menos ajustada.
Una serena pasión no es un film fácil de incorporar: si bien tiene un atractivo visual estético irresistible, donde cada flor, cada vela, cada detalle del vestuario y cada gesto ocupa su lugar delicadamente controlado, la rigidez de los conceptos, la claustrofobia de esa vida clausurada, la abundancia de los poemas que ilustran cada acto, cada escena, pueden terminar por crear alguna irritación.
La banda sonora merece una mención: Davies tiene una especial sensibilidad para la elección de las música y no falla en este film: su elección de Charles Yves parece la más acertada.