Uno de los primeros aciertos de Una sola noche es que no intenta esconder sus cartas. La película de Luis Hitoshi Díaz se suma a la larga lista de producciones con claras influencias de Antes del amanecer, de Richard Linklater, pero no solo por su premisa (dos extraños que se encuentran y cambian sus vidas en el proceso) sino también por su interés en indagar, a través de diálogos ininterrumpidos, en el tópico de la búsqueda de la felicidad en un mundo en el que impera el placer inmediato.
Esa postura de hacerse cargo de cómo un cine más depurado puede atravesar la obra de otro realizador es bienvenida, sobre todo en la secuencia en la que Lucía (Emilia Attias) conoce a Horacio (Naím Sibara, su pareja en la vida real) y ambos se muestran los libros que están leyendo. El guiño a Jesse y Celine es evidente, pero Hitoshi Díaz (apuntalado por el guion de María Laura Gargarella) no se queda en lo cómodo e intenta construir su propio camino.
Si bien en ciertos tramos Una sola noche queda empantanada en su idea original cuando no todas las charlas tienen la misma contundencia, la química entre sus protagonistas logra sacar esos momentos adelante, al igual que otra elección interesante que hace Gargarella. Cuando uno pensaba que el largometraje iba a poner la lupa con ecuanimidad en Lucía y Horacio, es la mujer quien pasa al frente con un interesante monólogo acerca de las insatisfacciones y el miedo a no poder encontrarse a sí misma. Así vamos descubriendo que la película funciona mejor cuando reposa en el viaje de Lucía y en esas inseguridades aplicables a las de muchos treintañeros que se desconectan del presente cuando una pieza de su plan futuro es movida de lugar.