Uno no termina de entrar al universo aparentemente panteísta de Malick, un tipo que parece jugar a otra cosa. La historia central es la de un austríaco que decide no pelear para los nazis, pero es también una especie de “respuesta” a El árbol de la vida, un paisaje contemplativo sobre el universo real y el moral, y la eterna pregunta por la divinidad. Por momentos es bellísima, pero en otros es trivial, como si Malick aún no hubiera vuelto de su retiro en –imaginamos– Urano.