Micheál Richardson y Liam Neeson buscan recomponer el vínculo en Italia
La opera prima del actor británico James D’Arcy (“Cloud Atlas”, “Dunkerque”), ambientada en la deslumbrante región italiana, nos embarca en el duelo que atraviesa un padre y su hijo mientras intentan recomponer la relación.
Con el arte como disparador de encuentro y emotividad, Jack (Micheál Richardson) tiene que hacer lo imposible para comprar la galería en donde administra sus obras. La única idea que se le ocurre es vender la casa de su infancia, la cual heredó de su difunta madre. El problema es que, para eso, deberá comunicarse e intentar restaurar el vínculo con su padre (Liam Neeson). Una premisa confiable, pero que esconde un ejercicio generacional no apto para empalagosos.
Micheál Richardson (Vox Lux: El precio de la fama), también conocido como Micheal Neeson, es el hijo del actor de Búsqueda Implacable (Taken, 2008). Esa complicidad, ese amor/odio, esa tormentosa relación que se evidencia en Una villa en la Toscana (Made in Italy, 2020) trascienden la pantalla ya que la cuota de realidad es absoluta. El proceso de sanación que viven los protagonistas traza un paralelismo con la tragedia familiar que vivieron los actores. En el 2009, Natasha Richardson, la esposa del héroe de acción, falleció al sufrir un accidente de esquí en Canadá. Un dato que no puede pasar por desapercibido y que, de manera indirecta, le da otro sentido a la obra.
Los maravillosos paisajes de la Toscana nos transportan a un ambiente paradisiaco. Sin embargo, se contrapone con lo abandonada y en mal estado que está la casa que buscan rearmar. Sin ir más lejos, esto funciona como una paradoja del largometraje. Desde una predisposición casi cómica e interesante, con el foco en el vínculo padre/hijo, el film gira a una receta ya antes vista. El melodrama y la cursilería les ganan a las intenciones y expone un espectáculo trillado que abusa de los golpes bajos.
De todas maneras, aunque la película no termina siendo satisfactoria, hay algo interesante en la manera de dirigir de D’Arcy. Sus planos giratorios a los personajes, como un eje fijo en donde el mundo gira a su alrededor, son precisos y elocuentes. Sin lugar a dudas, su experiencia frente a la cámara sirvió para esta decisión.
Atravesar un duelo no es algo sencillo. Existen distintas maneras: todas únicas y personales. Una villa en la Toscana nos da su versión de este proceso alimentándose de la experiencia de los intérpretes, pero topándose con los clichés de un guionista (también D’Arcy) poco inspirado.