Adaptar un videojuego a la gran pantalla puede ser una trampa mortal para cinéfilos de buen paladar…o la excusa perfecta para la rentabilidad a bajísimo costo artístico. El proyecto “Uncharted” parte de una serie gamer de playstation, lanzada al mercado por primera vez en 2007. Nos trae a la gran pantalla la palpitante fascinación por las historias de cazadores de tesoros, sin importar los obstáculos a atravesar para alcanzar tan esquiva recompensa. La leyenda cobra vida en películas como “Indiana Jones”, “La Momia” y “National Treasure”. Cine de manufactura comercial para el Hollywood del nuevo milenio, enfrascado en la anodina repetición de la fórmula exitosa. Tras las cámaras se encuentra Ruben Fleisher, contratado por encargo para esta aventura gráfica de presupuesto demencial, presta a sacrificar las pocas buenas intenciones que exhibiera en anteriores abordajes el realizador de “Gánster Squad”. Finalmente, nos encontramos frente a un producto final conformista pero homogéneo. Efectos especiales y humor en apreciables dosis. Fleischer resiente la propuesta, quedando a deber en ciertos requisitos indispensables para la ligereza con la que se consume este tipo de cine. Si Tom Holland da vida a un héroe carismático pero vulnerable a la vez, es nula trascendencia de un Mark Whalberg, en plan de valiente mentor, algo rezagado y contenido. El film tampoco aprovecha los quilates interpretativos de Antonio Banderas, quien suma una enésima encarnación de villano pésimamente guionado. Exóticos escenarios fotografiados con afán turístico, poco y nada aportan a tan previsible narrativa. “Uncharted” encarna el cine de algoritmo que privilegia la ejecución de una acción ultra planificada. Sacrificada la verosimilitud argumental, un leit motiv recurrente divide en idénticas secuencias al relato, prólogo a un final abierto que presagie una inevitable secuela.