“Si me dejás, voy a tener que matarte”. Undine comienza con el primer plano de una mujer abandonada que pronuncia estas palabras en la terraza de un café. La sentencia a muerte es una relectura del mito popular que da nombre a la película y a su protagonista: la nereida solo puede vivir en la tierra a través del amor de un ser humano; si es traicionada, tendrá que matar al hombre y regresar al agua. Christian Petzold convoca a Hitchcock y a los hermanos Grimm para trazar un paralelo entre el destino de una historiadora de urbanismo y el pueblo en donde vive. El deseo de hacer desaparecer al infiel y borrar todo rastro de la historia pasada le permite al cineasta volver sobre la Historia alemana, la tentación de la amnesia y el regreso de los fantasmas. La ruptura es seguida por un nuevo romance que abre una veta fantástica para explorar el aspecto irracional del amor e instalar una duda permanente con falsos semblantes, siluetas borrosas y escenas submarinas impresionantes.
Undine conoce a Christoph, un buceador que admira sus conferencias. La intensa trayectoria amorosa, con sus idas y vueltas entre la capital alemana y el embalse, revela de a poco la verdadera naturaleza de la protagonista. Un conjunto de símbolos y pistas inquietantes sirven de telón de fondo para este amor fusional, tan inmediato como inexplicable. El carisma y la alquimia entre Paula Beer y Franz Rogowski le otorgan sustancia a la relación. La estructura narrativa está compuesta de ecos y bellas conexiones. Las variaciones poéticas y los momentos de loca incandescencia enfrentan a la aspiración del amor eterno con las contingencias del tiempo. La celebración de este trágico devenir convierte a Undine en una obra de un romanticismo sobrecogedor. Una película fantástica, discreta y lírica con la que Petzold confirma su firme creencia en el poder de los planos para transmitir emociones, para hacer imaginable más de lo que se muestra, para encontrar la verdad escondida en el rostro misterioso y la mirada oceánica de su joven heroína.