Los abrazos entre un hombre y una mujer en los filmes de Cristian Petzold no son despampanantes abrazos de Hollywood, tampoco son fríos intercambios corporales, ni planos bonitos pero decorativos tan solo armados para la superficie del impacto visual. Son, ante todo, la esencial forma cinematográfica que representa – en el encuentro de dos – la desesperada necesidad del otro.
La composición de un plano de pareja en la estética de Petzold, construido con esas cabezas enlazadas, con esos brazos que aferran la espalda del ser amado, configuran la metáfora perfecta de sus grandes temas, como la identidad, la reconstrucción, la ausencia / pérdida y la otredad.
Esta introducción rodeando la imagen de un abrazo en el cine de Petzold nos acerca para hablar de este nuevo y último de sus filmes Undine. Esta es una transposición libre del mito griego de Ondina y todas sus derivaciones culturales, celtas, nórdicas, y otras. Una adaptación metafórica del mito de la mujer mitad pez, mitad humana que se enamora de un simple mortal y ese amor resulta eterno y trágico. Las ninfas del mar representan un ideal femenino, una materialización de lo imposible, de lo fantástico, de las fantasías del amor. Y traen consigo su canto hipnótico y su necesidad de amar, de encontrar a ese otro que está signado como un destino inevitable.
Undine es la joven historiadora que trabaja en un museo en Berlín, su trabajo, nada accidental ni superficial en su sentido, es el de narrar a los visitantes a través de láminas y maquetas la historia de la reconstrucción del Berlín después de la guerra. Hay en el filme un claro interés en darle espacio al tema del rol socio-político de la arquitectura berlinesa y del sentido de reconstrucción, puesto en la misma ciudad, tema Petzoldiano por esencia.
El filme comienza con Undine (Paula Beer) sentada con un hombre en un bar, quien le declara la imposibilidad de ese amor, el está casado y ese vinculo deberá llegar a su fin. Ella, con sus ojos suaves, su mirada intensa y con pocas palabras le avisa, le anoticia… “si me dejás tendré que matarte”.
En una escena magistral, Undine entra a un bar en busca de su problemático amado y allí se presenta un joven Cristoph (Franz Rogowski) que le invita un café. Pero el momento entra en un estado de extrañamiento cuando los ojos de Undine se dirigen a una gran pecera que contiene un buzo de juguete y decenas de peces, mientras que solo en sus oídos vibra el íntimo e intenso sonido del fondo del mar. En un accidente trivial Cristoph golpea el mostrador y Undine advierte el accidente que se adviene, tomándolo de la mano y echándose ambos al piso como salvaguardándolos de un desastre. La enorme pecera estalla en mis pedazos y los baña de agua, de algas, de peces y de cristales. Se miran a los ojos. Y el silencio que los rodea los une para siempre.
Allí comienza la historia de amor entre ambos, Cristoph es buzo de profesión y Undine será ahora su amada inseparable. Como enuncié al inicio, los abrazos que describen la intensidad del vínculo entre ellos son indescriptibles en su simple belleza y narratividad. Las escenas de amor e intimidad romántica, casi idílica, se suceden como una cadena de deseo mutuo que no tiene fin. La ninfa y el buzo están en el cenit de su amor.
Undine estudia una noche su narración para los visitantes del museo y Cristoph evita reiterar el encuentro sexual porque solo desea escucharla, hipnotizado, como quien escucha el canto de las sirenas. Y sabemos o intuimos que ese es el inicio de la tragedia.
Una serie de sucesos complejos, y hasta excesivamente abruptos y melo-trágicos dan fin al amor material de esta pareja, la muerte de uno y luego de otro lleva el plano de esta historia de amor terrenal al plano de lo mítico.
Undine finalmente ha desaparecido en el fondo del mar y el desenlace del filme se circunscribe a significar ese amor ahora mitificado, la identidad que cada uno define de sí mismo es el lugar de re-conexión, aun en la imposibilidad de tenerse físicamente en la tierra.
Paula Beer y Franz Rogowski, el dueto magistral de Transit, el anterior filme de Petzold, brilla con toda su capacidad actoral, en un filme menor pero rico en lenguaje y emociones.
El leit motiv musical es la adaptación moderna de una pieza de Bach a una versión actualizada solo para piano: Bach: Concerto in D Minor, BWV 974 – 2. Adagio por Víkingur Ólafsson. Esta pieza envuelve al filme en un exquisito ambiente melancólico, evocativo, bucólico e intimista.
Los decorados del rio y sus orillas son altamente similares a los del rio trágico de su filme Yella (2007), generando lazos de comunicación entre sus propios filmes.
Es Cristian Petzold, con sus matices más complejos, o más poéticos, uno de los más grandes realizadores germanos de la actualidad que da cuerpo e identidad absoluta a la llamada Escuela de Berlín. Un narrador clásico anclado en la narrativa de la pura contemporaneidad, dueño absoluto de sus formas puras y de su filosofía de vanguardia.