Amor delicado y melancólico
Une affaire d´amour disecciona el romance entre una maestra y un hombre casado
Todas las historias de amor se parecen y sin embargo cada una podría ser contada de mil maneras. Stéphane Brizé elige la menos manifiesta, la más sutil: quiere acercarse a la interioridad de sus criaturas para percibir -a través de sus palabras, pero sobre todo a través del lenguaje de sus cuerpos, de sus gestos, de sus titubeos, de sus silencios- el lento germinar de un sentimiento que crece entre ellos calladamente, sin que lo busquen y aunque hagan lo posible por ignorarlo.
Ese aparente despojamiento expresivo -quizá sería más justo aquí hablar de minimalismo-, y el demorado transcurrir de las acciones tiñen de emoción las imágenes engañosamente distantes de Une affaire d´amour y alimentan su pequeño, contenido suspenso.
El cuento es simple: Jean, tipo noble, reservado, buen marido, buen padre y buen albañil, conoce un día a la maestra suplente de su hijo (la solitaria y algo misteriosa señorita Chambon del título original). Motivos profesionales los acercan en una serie de encuentros sucesivos. La música (ella toca el violín) destapa alguna secreta conexión entre ellos; la tensión amorosa se percibe, pero ninguno quiere dar un paso hacia el abismo.
Admirable
Cada situación que el film narra, cada elemento en la imagen tiene su porqué: el admirable comienzo en familia pinta a Jean y su mujer, y define el carácter de su matrimonio; el intercambio de miradas en las dos escenas en que la maestra toca el violín (sobre todo la de la fiesta, donde se luce Aure Atika como la esposa), explican lo que pasa mejor que mil palabras; la devoción del hombre por su padre queda expuesta en dos o tres momentos, uno de ellos bastante sombrío; un breve mensaje telefónico sugiere algún dato sobre el carácter de la protagonista; la música de Elgar o la canción de Barbara en el final coinciden con el tono tenuemente dulce y melancólico del film. Con su ternura sin efusiones.
Una partitura tan delicada, tan llena de matices intraducibles en palabras como la que propone el guión -finamente elaborado por la realizadora y Florence Vignon sobre una novela de Eric Holder- es inseparable de los intérpretes que la ejecutan.
El film entero depende del finísimo hilo de su sensibilidad, su transparencia, su compromiso emotivo y aun de su elocuencia corporal. De Vincent Lindon y Sabrine Kiberlain (que ya fueron pareja en la vida real) baste decir que vuelcan tanta verdad en sus personajes como para que se los juzgue sencillamente irreemplazables.