Una vida más
Basada en la novela debutante del escritor naturalista Guy de Maupassant, Una mujer, una vida (Une vie, 2016) trata sobre la vida de una mujer que no sabe cómo dirigirla, y la forma en que simplemente sucede más allá de sus esperanzas o intenciones.
Judith Chemla es Jeanne, una ingenua joven que ha pasado toda su vida contenida en la granja familiar. Llega un tipejo a su vida, Julien (Swann Arlaud), de credenciales dudosas y con fama de deudor, pero para Jeanne es amor a primera vista y lo desposa al instante. Cuando el idilio concluye Jeanne se encuentra sola en una casa extraña, abandonada por su marido que se va de negocios o cacería, y a merced del frío y la oscuridad (la leña y las velas son caras, protesta Julien).
Julien se frustra con Jeanne, y Jeanne a cambio traslada su enojo a la servidumbre. No es una conga de infortunio pero por cada buena nueva, la vida le retruca con otra mala. Y Jeanne, personaje pasivo que es, simplemente acepta lo bueno con lo malo. La inacción siempre es su curso de acción. Y cuando no, la solución a sus problemas es la retracción: mentir, endeudarse, retirarse, todo con tal de ignorar el conflicto un poco más. Jeanne es una mujer que toma prácticamente todas las decisiones erróneas a todo momento, que no sabe elegir sus batallas, y que deposita valor en todas las cosas que no debería.
La película es de época, vale la aclaración, pero no hace gala fastuosa de la dirección artística ni de los decorados ni plasticidades por el estilo. Está filmada muy, muy de cerca a los rostros de los personajes, y notablemente el trabajo de cámara es tal que se los aísla en encuadres cerrados, enajenándolos del típico plano-contraplano o toma grupal. Siempre hay una sensación de distancia, de mundos aparte. Es un procedimiento muy discreto que construye una distintiva soledad en el mundo de Jeanne.
El ritmo de la película emula la lentitud bucólica de la novela quizás demasiado bien, entre que las escenas se alargan como si intentaran llenar el tiempo y a veces se hace el mismo punto en dos escenas por separado. Un recurso en particular se vuelve molesto y predecible – la idea de que cada vez Jeanne pierde algo o a alguien – cosa que pasa seguido – asistimos a la proyección de flashbacks silenciosos mostrando un tiempo en la vida de Jeanne en que semejante perdida jamás hubiera sido contemplado. Una ironía casi juvenil de parte del director Stéphane Brizé.
Como reflexión sobre las decepciones e ilusiones de la vida, Una mujer, una vida está expertamente armada y a pesar de la lentitud hace un excelente planteo acerca del determinismo al que la experiencia humana está sujeta. La última línea de diálogo resume bien el film y por extensión la vida de Jeanne: la vida nunca es ni tan buena ni tan mala como uno se la espera. “Diferente” es lo que quiere decir.