Soltera no servía.
La casi adolescente hija de una aristocrática familia francesa del siglo XIX, regresa al palacio de la familia después de pasar un tiempo en un convento y, como se espera de alguien en su posición, se dedica al ocio de la pintura y la jardinería hasta que le presentan a un joven vizconde interesado en casarse con ella. El hombre tiene evidentes intereses financieros en la unión, pero además parece lo suficientemente decente como para que ella acepte la propuesta. Poco a poco la convivencia hace que Jeanne descubra sus pequeñas miserias y mezquindades, pero su embarazo y su familia la convencen de perdonar las indiscreciones de su marido aunque eso la vaya dejando cada día más sola.
Una vida, una mujer (Une vie, en francés original) es justamente eso: una vida. A lo largo de décadas todo gira alrededor de Jeanne y sus experiencias; sobre todo las que poco a poco desmantelan la inocente visión que tenía del mundo en la juventud, para reemplazarla por una versión más cruda que su optimismo le impide terminar de aceptar del todo.
Un canto a la elipsis:
La protagonista va volviéndose progresivamente más sombría a medida que la vida la golpea, tomando actitudes que no siempre buscan la empatía del público pero que nunca se sienten incoherentes con el personaje. Su pasividad y clasismo -teñidos en ocasiones de una importante ignorancia intencional- pueden resultar chocantes para una mirada actual, aunque habiendo visto el entorno donde se formó sería ilógico que se comporte de forma muy diferente a como lo hace, incluso después de ir descubriendo que el mundo no funciona como había creído toda su vida.
Si nos quedamos en la historia que cuenta, Una vida, una mujer no es más que un melodrama del montón. Lo interesante de esta película radica en el cómo lo cuenta, recurriendo a pequeños fragmentos que brindan la información justa y necesaria para que el público complete los huecos por sí mismo, sin necesidad de hacerlo explícito. Si estamos viendo cómo el sacerdote del pueblo y los padres de Jeanne intentan persuadirla de perdonar la infidelidad de su esposo, no necesitamos ver su respuesta si la siguiente escena los incluye a ambos alegremente jugando en el parque con un matrimonio vecino.
Muchos de los detalles pivotantes de la historia suceden fuera de nuestra vista, pero eso no dificulta seguir la trama sino que hacen mucho más ágil e interesante la narración de una historia que abarca décadas, y a la que principalmente le interesa hablar sobre los efectos que provoca en la mente y el carácter de su protagonista.
Justamente porque la narración depende bastante de lo no dicho es que depende del apoyo de la propuesta visual, algo que logran no solo graduando la cantidad de luz según el ánimo de la escena: también ayuda el uso de planos cortos que transmiten una intimidad casi claustrofóbica, acorde a lo que muestra estar sintiendo la protagonista. Del mismo modo que hacen con la historia, la imagen nos muestra los fragmentos más necesarios, haciéndonos partícipes de los sentimientos del único personaje que importa y dejando fuera al resto.
Una vida, una mujerSin embargo, todos estos recursos que tienen motivos para recibir elogios, también quedan viejos antes del final y dejan la sensación de que la película se hubiera beneficiado complejizando un poco más la trama o recortando algunos minutos de metraje, en vez de estirar escenas que no tienen tanto para mostrar, quitándole contundencia al conjunto.
Conclusión:
Una vida, una mujer es una película discreta pero visualmente atractiva en su sencillez, que se apoya más en generar sensaciones o estados de ánimo que en contar una historia.