Maupassant, eterno como el agua y el aire
Terminado el liceo, una joven se casa con un hombre de carácter firme, que en verdad es solo mal carácter. También es egoísta y desconsiderado, pero ella lo sigue queriendo y perdonando, igual que al consentido de su hijo. Otras personas no lo harán. Otras serán desagradables, y otras, en cambio, la ayudarán a sonreír. "La vida, después de todo, no es nunca tan buena ni tan mala como se cree", deduce ella.
Guy de Maupassant escribió esta historia en 1883, la tituló "Una vida. La humilde verdad", y la ubicó en Normandía, pero es universal. Por algo la adaptaron tanto el cine y la televisión, desde Japón hasta Finlandia, pasando lógicamente por Francia. Y acaso también la Argentina, donde ese autor era bastante difundido por "Alta comedia" y "Las grandes novelas". Será cosa de rastrear en los archivos.
La versión canónica de Alexandre Astruc con María Schell, 1958, llega hasta la muerte del marido (a manos del marido de "la otra"). La que ahora vemos abarca la novela completa. Claro que para eso desarrolla un estilo fuertemente elíptico, saltea o simplifica episodios, disuelve personajes laterales, en fin. Pero capta muy bien al personaje, el mucho amor y resignación que le permiten sobrevivir, y también capta ese mundo de provincia, los ciclos de la naturaleza, las sencillas alegrías, la consoladora emoción de abrazar a una nieta. Stéphane Brizé, su director, es casi naturalista como Maupassant. Protagonista, Judith Chemia, buena actriz, aunque María Schell correspondía mejor a la descripción del libro.