Fuga en la Patagonia
Tras el golpe de estado de 1955, el movimiento peronista fue declarado ilegal y sus dirigentes encarcelados. Algunos de sus más notorios líderes fueron enviados a Ushuaia primero y luego a la Unidad XV de Río Gallegos, infame no solo por las duras condiciones climáticas sino especialmente por la crueldad de sus guardias.
Allí comparten encierro Guillermo Patricio Kelly (Diego Gentile), John W. Cooke (Rafael Spregelburd), Héctor J. Cámpora (Carlos Belloso) y Jorge Antonio (Lautaro Delgado), aislados de los presos comunes en su propio pabellón, con Cámpora seriamente enfermo y con ásperas diferencias ideológicas que necesitan olvidar temporalmente mientras planifican sus siguientes pasos, a sabiendas de que si intentan fugarse sus carceleros no dudarán en fusilarlos. Pero también que es cuestión de tiempo hasta que elijan otra excusa para ejecutarlos.
Alérgico al trabajo y amigo de lo ajeno
Aunque no ocultan su afinidad con los personajes, Unidad XV no pretende idealizarlos y no tiene problema en mostrar algunas de sus facetas menos halagadoras. Después de todo son políticos y empresarios, hombres acostumbrados a cierto nivel de vida lejano a las rigurosidades que deben enfrentar en el penal, que no tienen mucho problema en recurrir al soborno, el engaño o incluso la violencia, cada cual con lo que mejor se ajusta a sus propios estándares morales.
Tampoco son completos villanos todos sus antagonistas: aunque no falta quien aprovecha su puesto para dar rienda suelta a su crueldad, otros simplemente pretenden llevar adelante una vida donde la soledad y la escasez son moneda corriente.
Con toda la historia contenida en un mismo espacio y durante un tiempo acotado, gran parte del nudo de la película es dedicado a desarrollar sus personajes, hasta que toman la decisión de fugarse convencidos de que es la única forma de salir con vida de allí. Es esta parte central de la trama la que se estira un poco más de lo que debería, para acelerarse nuevamente a la hora de resolver el conflicto presentado.
Los cuatro presos se reparten el protagonismo, con un poco más de peso sobre los hombros de Spregelburd y Delgado, que a su vez son los dos que están en lugares más alejados ideológicamente.
Para presentarse visualmente, Martín Desalvo elige una paleta desaturada, casi monocromática, que puede considerarse una elección obvia para una historia de época, pero que al resaltar los azules claramente alude más al helado clima que los azota en medio del desierto, con el viento como un zumbido constante que pone a prueba su cordura. La época se lee más en los vestuarios y las caracterizaciones de los protagonistas, cada uno con estilo coherente a las personalidades que muestran, aprovechando con astucia el usar pocos escenarios y personajes para concentrarse en que se vean bien.