Por lo menos cuatro elementos en Unidos, dirigida y co-escrita por Dan Scanlon (Monsters University), nos sugieren que nos detengamos en el hecho de que la familia Lightfoot consigue sentidos ocultos a partir de lo que tienen en su rutina y así llegar a lo que les hace falta de su pasado. Estos son: las tonalidades azules, el rol del hermano mayor, la madre en sus elasticidades formativas, y la voz y la mirada como articulaciones vitales. Algún apático puede señalar con acierto que ya la compañía de animación en 3D ha tratado antes algunos de estos elementos, pero aquí las diferencias invitan a este acercamiento al tema fundacional de Pixar: la familia en la era posmoderna.
En principio, el color azul de la piel de este núcleo familiar de elfos es más pálido con respecto al azul de Tristeza en Intensamente (2014), el de Sully en Monsters, Inc. (2001) y no es tan vivaz como el de los cielos en las Toy Story (1995-2019). Recordemos que los tonos azules pertenecen al ámbito de la melancolía, así que no es descabellada la sugerencia por parte del diseño de personajes de que los Lightfoot han continuado su vida a pesar de la muerte de la cabeza de la familia. El detalle de que precisamente los cabellos, signos orgánicos de identidad, tengan azules más acentuados y cortes excéntricos ya nos está hablando de una aventura necesaria no solo porque la historia comienza el día del cumpleaños 16 de Ian, el protagonista. Ya antes se había incluido ausencias paternales en la mencionada saga de juguetes, pero sin hablarlas frontalmente.
La relación de los hermanos resulta novedosa dentro del marco de lo que nos ha acostumbrado la compañía de la lamparita saltarina. Ian, hijo menor, acepta que su hermano Barley ha hecho las veces del padre en vista de la muerte de este cuando ellos eran niños. El guion nos sorprende en un punto y forcejea la desconfianza entre ambos a cuenta de los conocimientos en magia del mayor. E inicialmente podemos creer que esto es un capricho por parte de los guionistas. De todas maneras, la lupa en los matices de este vínculo sirve para conscientizar la tirantez juguetona y desconfiada de toda hermandad.
Las figuras maternas han tenido la capacidad de estirarse desde Elastigirl (Holly Hunter) en Los Increíbles (2004-2018) hasta Elinor (Emma Thompson) en Valiente (2012). Si en la primera era un superpoder incluso físico, en esta ocasión los guionistas aprovechan con humor la cotidianidad de Laurel (Julia-Louis Dreyfus), la elfa madre, para defender a sus hijos como cuando pelea con un dragón de diseño bastante ingenioso y al ritmo de la música que ella escucha haciendo aerobics cada mañana.
Quien solo quiera ver ahí empoderamiento femenino y corrección política, recuerde que los cuerpos maternales de Pixar no son precisamente aerodinámicos como lo es el preconcepto del poder y mucho menos toda madre en la realidad efectiva está dispuesta a unir fuerzas con un ser como la Mantícora (Octavia Spencer) que deja su puesto de encargada en un restaurante temático para volver a sus raíces del peligro mitológico y mitomaníaco. Y si nos empeñamos en el empoderamiento, hagámoslo de raíz: Pixar contrata nuevamente a una actriz respetada no solo por su edad como Julia Louis Dreyfus para confiarle el rol de una madre enérgica y flexible en sus alianzas más monstruosas
Todo esto nos lleva finalmente a la voz y la mirada. Bastante se ha dicho que la compañía de animación ha trazado una filmografía donde las emociones tienen un valor preponderante. Esto es una superficialidad si mínimo no precisamos el rol de la tristeza en su trayectoria. Reconocible como un motor que encauza lo estancado, no leamos esta emoción acuosa nada más en el sentido metafórico. Observemos atentísimos cómo Ian cede su necesidad de hablar con su padre para que sea su hermano quien se reencuentre con la figura paterna.
Ahora, cuando ocurre el encuentro entre primogénito y padre, no hay movimientos en la toma hacia el punto de vista de Barley. La imagen del reencuentro desde la mirada de Ian a lo lejos está enmarcada por escombros. Entonces el protagonista se convierte en espectador quieto y callado de un reencuentro filial del otro con su padre ausente. La mirada de reconocimiento releva la voz como conjuro mágico. Y a nosotros espectadores se nos está sugiriendo que si cedemos al llanto, reconocimos que crecer duele. Si miramos sin lágrimas, ya hemos crecido.
Al final, la película confía tanto en la escritura del pasado (la historia y la magia) como en la del futuro (listas), si bien tiene conveniencias visibles en el guion para poner en marcha sus sentidos hacia lo venidero. A quienes por momentos nos parezca que las emociones transmitidas a través de la historia están templadas, es porque cierto sentimentalismo entorpece las sutilezas más pertinentes de la película.