UNO DE NOSOTROS
Hay una extraña conexión del cine de autor argentino (casi siempre cine independiente) que se emparenta con el costumbrismo y la rutina como contexto que describe la aparente linealidad de la vida del personaje. Generalmente este último es alguien terrenal, normal, una figura empática con la que el espectador pueda identificarse. Esta apaciguada vida de ciclos repetidos se ve rota o alterada por el argumento principal de la película y hará mella las creencias establecidas y redefinirá la vida del protagonista. Es en esa sorpresa donde descansa el costumbrismo de Uno Mismo, y viceversa, es decir, ambas cuestiones se retroalimentan para ser efectivas. Sin embargo, esta descripción no es algo que aplique al género entero sino es más bien la dirección que suelen tomar.
Y así se introduce Uno Mismo, la tercera película de Gabriel Arregui, con Uno (el personaje del Chino Darín enfrascado en una rutina respetada a rajatabla casi con milimétrica precisión. Su vida se podría describir en el ciclo trabajo-baile en casa-cena-fumar un cigarrillo-dormir. Los padres de Uno murieron en un accidente de tránsito, y la relación de éste con el hecho es de tristeza, de añoranza, de nostalgia. A partir de ahí es que ese énfasis en lo rutinario comienza a cobrar sentido. La rutina lo hace sentir seguro, es su refugio aunque encuentra en sus sueños una vía de descarga. En estos se puede ver un acertado y simpático trabajo audiovisual en formato de dibujos en donde el protagonista interpreta todo lo que le está pasando.
Hasta que llega la rotura del paradigma de Uno, y viene en forma femenina.
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Una (Maria Duplaá)
Una es quien rompe las estructuras de Uno. Después de conocerse en un bar, los dos inician una intensa relación en términos sexuales y afectivos que pronto se verá afectada, otra vez, por la rutina y sus pormenores: él no puede dormir por los ronquidos de ella, ella no aguanta su individualidad, etc. Detalles aparte (que no queremos arruinar aquí) del final, Uno Mismo se condensa en una obra simpática en su todo. Si bien en la economía de diálogos a la que apuesta Uno Mismo es donde Darín pierde un poco por su falta de recursos -después de todo recién está empezando su carrera actoral-, la película termina ganando al espectador por la empatía lograda en parte por el atrevimiento en formatos poco familiares al circuito comercial.
Uno Mismo está lejos de ser “un delirio” como la calificó el propio Darín, pero sí es por momentos ligeramente atrevida, y por otros, floja por la apuesta excesiva al registro dramático del protagonista. Es decir, la apuesta es sentarnos a ver a alguien que podría ser nuestro vecino cambiar su mundo por amor, con todo lo terrenal que esto representa, a veces le juega en contra por no estar bien desarrollada ni interpretada. Sin embargo, Uno Mismo es un producto fresco y simpático con detalles atendibles que complementan el desarrollo, y Arregui logra ponerle alma a esta historia mínima a la que por un momento queremos creerle. Y esto en tiempos de tanto fordismo cinematográfico, es más que destacable.
Por Pablo S. Pons