Hay que celebrar la experimentación en el cine. Sí señor. No hay que permitir que algunos errores y huecos en la narración imposibiliten el disfrute de una experiencia que bucea en la materia propia del séptimo arte para afianzar su propuesta, innovadora y transgresora.
“Uno mismo” (Argentina, 2015) de Gabriel Arregui, con Chino Darín como “Uno” y Maria Dupláa como “Una”, trabaja sobre la hipótesis de la rutina como vector del espacio protagónico en el que las decisiones que se van sumando, a esa misma estructura, terminan por fijar límites que imposibilitan la libertad de sus personajes.
“Uno” es un joven que vive día a día de la misma manera, o al menos así lo refleja Arregui con sus planos contemplativos, casi sin diálogos, de todas las tareas que el personaje realiza durante sus días.
Se levanta, se arregla, sale al trabajo, se mantiene firme en su tarea de anunciar en las esquinas del barrio una marca de cigarrillos y por la noche cena siempre lo mismo, puré de papa y salchichas.
También habla por teléfono con un amigo, con quien constantemente recibe comunicaciones que terminan en una broma y se lo dota de un universo “masculino” con graffitis que hilan la narración, el sentido quilmeño de pertenencia de la historia y el fútbol como espacio de disfrute y encuentro del protagonista.
Y “uno” es feliz en ese contexto, sabiendo que aún en la predecibilidad de sus actos hay un argumento para evitar innovar o desandar otros caminos más que los que él conoce y que lo podrían desorientar.
Pero “uno” no sabe que un día, inesperadamente, “una” llegará a su vida, con toda la pasión del amor inicial, aquel que en su desprejuicio y desconocimiento permite desestructurar las tareas y hábitos y se entrega totalmente a él.
Pero de a poco el espacio de “uno” se ve invadido, “una” avanza por toda su casa dejando muestras de su femineidad y belleza, por lo que decide perderse en sus propios pensamientos antes que enfrentar a “una” y plantearle lo que realmente debe decirle, ANDATE, de la mejor manera.
Pero entre idas y venidas la relación se resiente, y cada uno, en su accionar termina por alejarse aún más del otro.
Arregui explora con diferentes texturas, trazos gráficos y la utilización de música (que en muchas veces son el acompañante ideal de cada plano detalle, de cada acción, de cada indicio que se suma al contexto) la vida de un joven que paso a paso intenta progresar o al menos mantenerse en situación en la que se encuentra.
Las secuencias oníricas, además, otorgan, junto con la actuación de Chino Darín, cierto aire de realismo mágico al cuento y un vuelo y un aire a la película que claramente termina siendo lo mejor de la propuesta.
Cuando el cine mira al cine para crear, cuando un director se para y detalla con holgura un universo (al mejor estilo Martín Rejtman), es cuando una película respira cine en cada fotograma, y pese a tener algunas falencias y vacíos en la historia, terminan construyendo un lugar para reflejarse en muchas de las situaciones que se plantean.