Muchacho de barrio se enamora
Todas las historias de amor se parecen, no la forma de contarlas. Hay historias románticas para jóvenes veinteañeros y para espectadores maduros. Las hay de primeras y segundas oportunidades. Ésta es una historia romántica de iniciación amorosa, al estilo de la comedia juvenil del tipo “500 días con ella”, donde el protagonista se descubre a sí mismo y “madura” luego de la experiencia.
Aquí el personaje de Chino Darín (en un momento de gran exposición en varias películas y la miniserie “Historia de un clan”), transita todos los cambios y descubrimientos propios de la primera vez. El protagonista vive en un micromundo propio autosuficiente y confortable, enclaustrado en la vieja casa de Quilmes heredada de sus padres, a los que perdió en un accidente. Ronda los 25, no tiene celular de última generación y escucha partidos de fútbol por la radio, mientras se cocina o lava su ropa, sin conflictos con su vida solitaria. Las secuencias iniciales registran su presente y su pasado en forma ágil y con bastante humor. Solamente con sonido ambiente y una cámara curiosa que cuenta muchísimo, más allá de las palabras o sin necesidad de ellas.
Este muchacho del feudo de Quilmes tiene al fútbol y la amistad como el principal motor de sus emociones, hasta que, en una salida casual, aparece una muchacha (María Duplaá) que sacudirá sus esquemas y rutinas. Luego de seducciones mutuas, mucho sexo y poca charla, ambos se internarán en una relación que crecerá hasta decidir la convivencia. Pero para alguien tan poco habituado a los compromisos, las cosas no resultan fáciles. Las diferencias, contradicciones y peleas no tardarán en aparecer y ella se va, él la extraña y trata de recuperarla. Aunque nada será tan fácil en esta historia de crecimiento y transformaciones, que va del ombliguismo inicial a la comprensión de que uno más uno pueden ser tres.
Renovaciones y Redundancias
Paradójicamente, aunque hay mucho costumbrismo y no puede esperarse menos de un director nacido y criado en Quilmes como Arregui, la forma de mostrar y de contar su historia lo aleja del costumbrismo secular. Intervenida por animaciones y viñetas que la asemejan al lenguaje del cómic, tiene también un montaje videoclipero acelerado, ralentizado o que intencionalmente muestra el momento del cambio de plano, dando un salto hasta la próxima toma. Hasta se incluye un ingenioso lenguaje de sombras chinescas en el permanente fluir de un relato que busca formas nuevas, aunque no todas justificadas.
“Uno mismo” es una propuesta libre y espontánea, con mucho trabajo artesanal, que se aleja de los cánones locales de la comedia vernácula. Es otra muestra de que una nueva comedia nacional se abre paso, sumando títulos y jóvenes directores argentinos como “Vóley” de Martín Piroyansky o las particulares películas de Ariel Winograd. También hay muchos ejemplos bien cercanos, en nuestra ciudad, como la recientemente estrenada comedia local “Aunque parezca raro”, del santafesino Ariel Gaspoz. Todas coincidentes en evitar las convenciones del cine argento más fosilizadas, utilizando un humor entre escatológico y naif que sostiene a personajes jóvenes, desacartonados y -precisamente por eso- mucho más creíbles.
Entretenida, risueña y con una pizca de melancolía, además de algún que otro momento sorpresivo en que no sabemos cómo puede derivar la historia, la película tiene el plus de una banda sonora original, cuyo leit motiv invita a seguir tarareando la melodía al salir de la sala.
Valioso en su apuesta por nuevas formas de contar una historia común, el film parece tener la necesidad de subrayar constantemente sus ideas, y entonces algunos recursos se vuelven redundantes. Sin embargo, más allá de sus limitaciones, la película se ve siempre con agrado y resulta atractiva dentro de las propuestas nacionales que andan dando vueltas por los cines en estos días.