Rumbos cruzados
El debut cinematográfico en solitario de Dieguillo Fernández, Uno, explora por un lado la relación entre un extraño citadino y una niña que ha quedado huérfana y desprotegida tras el suicidio de su padre y por otro los cambios de rumbo repentinos cuando el azar interviene en el camino de los personajes.
El protagonista de este relato es Sebastián Oviedo (Luciano Cáceres), un arquitecto que está atravesando una crisis con su pareja Ana, quien no tiene intenciones de recomponer la situación. Preso de la inercia y para cambiar un poco de aire, Oviedo pasa por un pueblo muy pequeño y allí lo intercepta Mariela (Camila Fiardi Mazza), una misteriosa niña vestida para comunión que lo considera un enviado de Dios, producto de sus rezos para que alguien se haga cargo de ella al haberse quedado sola en una hostería, única herencia de su padre pero botín de guerra de su enemigo Barrera (Carlos Belloso), quien reclama el lugar y la potestad sobre la niña.
A partir del encuentro azaroso, Sebastián Oviedo se transforma en Sebastián Cossio dado que la muchacha les dice a los lugareños que se trata de su tío que la vino a cuidar y a vivir con ella.
Superado por la situación y en medio de una crisis de identidad, Sebastián entabla un vínculo importante con Mariela y asume el rol de tío a sabiendas de que la mentira tiene patas cortas y que no puede hacerse cargo de ella cuando apenas lo intenta con su vida, pero el pasado de la pequeña Mariela interrumpe con más intensidad y eso lo obliga a quedarse más de la cuenta en el lugar para intentar recomponer situaciones y encontrarse a sí mismo además de hacer algo por el otro.
El film acierta a la hora de construir la relación entre ambos personajes que se va acrecentando con el correr de los minutos en climas de intimidad bien logrados por el director, quien se apoya bastante en la presencia de Luciano Cáceres para conseguir profundidad en la relación.
El otro acierto es la incorporación de Carlos Belloso como personaje secundario, que hace las veces de antagonista, así como una convincente Silvina Bosco en un doble papel para cerrar un reparto sólido.
La virtud de Dieguillo Fernández en este debut cinematográfico radica en la sencillez del relato que nunca cae en morosidad o pierde interés a pesar de que se trate más que nada de una anécdota desde el punto de vista narrativo.