Sin destino de clásico
Más de tres décadas después de la película homónima escrita por John Hughes y dirigida por Harold Ramis con Chevy Chase y Beverly D'Angelo que marcó a varias generaciones, llega esta comedia que recicla la historia de una familia tipo como el clan Griswold (matrimonio previsible con hijos patéticos) que intenta salir de su rutina con un largo viaje que recorre distintas regiones del territorio estadounidense. Más allá de algunos gags extremos que funcionan en plan guarro y escatológico, es una comedia negra con demasiados enredos que no escapan de la fórmula.
En 1983 Harold Ramis dirigió un guión de John Hughes (basado en un cuento propio publicado originalmente en la revista humorística National Lampoon) con Chevy Chase y Beverly D'Angelo como protagonistas. Vacaciones se convirtió en un sorprendente éxito comercial, sirvió de base para una saga de siete largometrajes y marcó a varias generaciones.
Como suele ocurrir en los últimos tiempos, Warner desempolvó aquel concepto para construir un reboot escrito y dirigido por Jonathan Goldstein y John Francis Daley, debutantes en la realización pero con el aval previo de haber concebido el guión de otra comedia negra/guarra/escatológica como Quiero matar a mi jefe.
La idea de una familia tipo (patético exponente del medio pelo estadounidense) sufriendo todo tipo de desventuras y enredos en medio de un viaje turístico por el país no es precisamente revolucionaria, pero había un poco de curiosidad por apreciar cómo reciclaron aquel esquema de Ramis-Hughes con Ed Helms y Christina Applegate como nuevos protagonistas (un matrimonio de muchos años que intenta sin suerte romper con la rutina) y dos hijos decididamente patéticos (Skyler Gisondo y Steele Stebbins).
Las comparaciones, se sabe, son odiosas y muchas veces frustrantes porque el resultado es bastante menos convincente que el de aquel clásico. Lo que no quiere decir que esta Vacaciones modelo 2015 sea enteramente frustrante o despreciable. Hay, sí, un puñado de gags que funcionan y hacen reir (y no sólo en plan de placer culposo), pero en la catarata de bromas, en esa montaña rusa de bromas hay demasiado material previsible y torpe.
En la línea de, por ejemplo, la reciente ¿Quién *&$%! son los Miller? este film de Goldstein y Daley nos regala algunas situaciones extremas con algo de audacia, pero en el viaje de 4.100 kilómetros entre el hogar de Chicago y el objetivo final en un parque de diversiones (con paradas intermedias en zonas de aguas termales o de rafting) hay muchas escenas a pura fórmula concretadas con el manual más básico. Hay, sí, un par de apariciones: las de Chris Hemsworth jugando con los clichés del galán con cuerpo de Adonis junto a una desaprovechada Leslie Mann y, sobre el final, las de los mencionados Chase y D’Angelo en plan homenaje. Demasiado poco para convertir a la familia Griswold en dignos herederos de Los Picapiedra o los Simpson. Esta vez, sin destino de clásico.