Space Oddity
Hacen falta más películas como Valerian y la ciudad de los mil planetas. También es necesario que sean mejores. Al verla, o más bien admirarla, debido al altísimo nivel de detalle, de creatividad y de ingenio volcado en la construcción de su universo, pensé reiteradamente en la versión que Alejandro Jodorowsky jamás logró filmar de Dune, como está descrita en el documental Jodorowsky´s Dune. Aquel proyecto hacía gala de un eclecticismo y una extravagancia análogos a la película que hoy nos presenta Luc Besson. Aquí se mezclan los actores con figuras del mundo de la música pop (Herbie Hancock, Rihanna) y el modelaje (Cara Delevingne) en un universo vertiginoso de colores brillantes y extraterrestres de todas las formas y los colores. En esto radica su mayor virtud: Valerian se siente nueva, vibrante y original en contraste con las películas del mismo género y los valores de producción que puede ofrecer el cine norteamericano.
Besson, como su película, es una rareza. Alcanzado ya el estatus de culto con El perfecto asesino, Nikita y El quinto elemento, sus producciones más recientes han merecido cierto desdén de la crítica y del público cinéfilo. Su pericia a la hora de manejar un alto presupuesto está más que probada y Valerian lo confirma con creces. La apertura narra el desarrollo de Alpha, la estación espacial que se convertirá en la ciudad del título, en un ejemplo de síntesis fortalecido por la inmortal melodía de Space Oddity. Mención especial merece, también, la secuencia de persecución en el Gran Mercado en la cual Valerian y Laureline deben incautar objetos de contrabando moviéndose entre dos dimensiones diferentes. Esta secuencia es de una complejidad, una audacia y un brío pocas veces visto en una producción a así. En estos momentos, Valerian se convierte en la película excitante, intensa y vertiginosa que pretende ser el resto del tiempo.
¿Dónde falla, entonces? Claramente, el problema no proviene del apartado visual. Parece como si los creativos implicados hubieran dado todo de sí, inundando los cuadros de un barroquismo de apabullante belleza (lo cual, pese a todo, no termina de ayudar a la inteligibilidad de su narrativa). El universo de Valerian se percibe inagotable, y si La ciudad de los mil planetas fuera el primer capítulo de una saga (perspectiva dudosa teniendo en cuenta los magros resultados que viene consiguiendo en términos de taquilla), todavía quedarían muchas historias por contar.
El mayor problema de Valerian es el casting de Dane DeHaan en el protagónico. Resulta difícil señalarlo, porque él no hace nada mal: su actitud de atorrante encantador a lo Han Solo es la correcta, y sus filosos galanteos con Laureline (Cara Delevingne) suman al desparpajo general de la película. El problema es que Luc Besson, el guionista, construye un personaje a contramano del actor que eligió Luc Besson, el director, para encarnarlo. En un segmento exasperantemente expositivo (en el cual, afortunadamente, la película no recae), Laureline comenta las múltiples condecoraciones que Valerian ha recibido por sus servicios como agente especial, así como la lista que mantiene de todas sus conquistas amorosas. Uno no puede menos que enarcar las cejas ante el hecho de que la película pretenda tan denodadamente convencernos de que el rostro aniñado y el cuerpo esmirriado de DeHaan encarnan, no sólo al mejor agente de su tipo, sino a un seductor nato. A su vez, el aspecto muy juvenil que Besson eligió darles a sus Valerian y Laureline genera varios momentos de extrañeza involuntaria, sobre todo cuando ambos discuten la posibilidad de casarse. Esto termina trabajando en contra de la empatía del espectador, acrecentando una sensación de desconexión con respecto a las emociones de los personajes, que no logran resonar auténticas pese al denuedo de los actores.
Pese a todo, Valerian se enciende cuando Delevingne toma la iniciativa. Su carisma, su fotogenia y su ajustadísimo delivery a la hora de los diálogos hacen soñar con una película que la tenga como heroína excluyente. Del resto del elenco, cabe destacar a Rihanna como Bubble, un alien que tiene la capacidad de cambiar de forma. A pesar del poco tiempo que ocupa en pantalla, la cantante de Barbados logra dotar a su personaje de una hondura y una emotividad notables, a pesar de que no siempre se mantiene en su forma humana.
Tratándose de una película con una estética tan llamativa, resulta necesario volver sobre ella. A la vez que el mayor atractivo de Valerian es la creación de su universo, su barroquismo termina entorpeciendo la trama, realmente muy sencilla. Se termina produciendo una sobrecarga de información visual que vuelve el cuento derivativo y disperso; el entorno cobra una fuerza que desplaza a los personajes, convirtiéndolos en la excusa y no en la razón para ver la película.
Hacen falta más películas como Valerian y la ciudad de los mil planetas: hacen falta su arrojo, sus ideas estéticas, su sensibilidad artística. También es necesario que sean mejores: en un panorama dominado por las secuelas y las remakes, un producto como Valerian (que si bien viene del comic, goza de una popularidad mucho menor que la de otras franquicias) debe afrontar exigencias muy altas. Los errores, en este caso de casting, se cobran caros. Esperemos que Besson se salga con la suya, pese a todo, y nos obsequie, de alguna manera, la posibilidad de continuar con esta rareza espacial.