De la mano de un creador como el realizador francés Luc Besson, llega Valerian y la ciudad de los mil planetas; una propuesta cuyo mayor atractivo es su inagotable inventiva visual. A lo largo de casi veinte películas, Luc Besson demostró ser un cineasta inquieto.
Puede pasar del policial, al suspenso, a la comedia, el drama o la aventura. Puede desarrollar historias puramente terrenales o abrirse a la más fascinante de las fantasías. Hasta le puso el pecho al cine de animación con una trilogía muy subvalorada como la del pequeño Arthur.
De alguien tan ecléctico, lo que habrá que resaltar, es que por más que los proyectos cambien, no cuesta identificar cuándo un film lleva su firma; posee una inigualable capacidad para transmitir carisma a través de la lente. Carisma, eso es lo que sobra en Valerian y la ciudad de los mil planetas; basada en una serie de historietas creadas por Pierre Christin, conocidas como Valerian: Agente espacio-temporal o Valerian y Laureline, allá por los años sesenta.
Cincuenta años tuvieron que trascurrir para que, finalmente, alguien decidiera llevar a la acción real la historia de los personajes que le dan título al comic – más allá de una serie animada en 2007 –, y ese tal, no podría ser otro que el director de El quinto elemento.
Es inevitable, a la hora de hablar de Valerian y la ciudad de los mil planetas, no recordar a aquella epopeya de Besson de 1997, maltratada en su momento, y hoy considerada una obra de culto indiscutida. A la vista del tratamiento que este nuevo film está teniendo en varias partes del mundo, probablemente repita la historia. Valerian y la ciudad de los mil planetas nos cuenta las aventuras, ubicadas alrededor del año 2500, del Mayor Valerian (Dane De Haan), secundado por la Sargento Laureline (Cara Delevingne), dos agentes especiales encargados de asuntos diplomáticos mayores y mantener el orden entre los territorios habitados por humanos y otras especies.
Valerian tiene un sueño, o una visión, sobre la devastación de una especia alienígena; y eso los lleva a ambos a emprender una investigación respecto a una amenaza latente. Investigación que los trasladará a la ciudad de Alpha, lugar en el que convergen distintas especies en paz para compartir el conocimiento común que las haga florecer. Por supuesto, algo anda mal en Alpha y las cosas se complican mucho más de lo pensado.
Tomando como base dos comics creados por Christin, Besson realiza un guion en el que balancea correctamente entre la historias de personajes y la acción directa. Valerian y Laureline son personajes jóvenes, en constante ebullición, frescos, y activos.
La elección de De Haan y Delevingne es acertada pese a que ambos no luzcan grandes dotes actorales. La química entre ellos reboza y eso es lo fundamental y lo que termina apuntalando la propuesta. En el film se habla mucho del amor y el romance, por lo que era importante tener a dos protagonistas, con espacio balanceado, y que expresaran esa tensión de deseo constante.
No solo ellos, el resto de los personajes despiertan carisma, nos dibujan una sonrisa y hacen las dos horas veinte de relato muy amenas, sumado al clásico corte pop al que nos tiene acostumbrado el director. La narración se toma todos los tiempos necesarios y, es cierto, tiende a dispersarse permanentemente en su afán de querer presentarnos las maravillas de ese universo.
Besson se comporta como el niño con un juguete nuevo y novedoso, quiere mostrárselo al mundo. Mucho se ha hablado de las películas que tomaron como inspiración la historia de Christon y la pluma gráfica de Jean-Claude Mézières utilizada en la serie de comics, entre ellas Star Wars y Avatar.
Si bien es cierto que en el film de Besson es fácilmente reconocible, desde las imágenes, algunas ideas que ya se han visto antes en el cine a modo de señalar “esto fue creado primero” (como el Halcón Milenario o Jabba The Hutt); también es cierto que Valerian y la ciudad de los mil planetas toma referencias ajenas para crear su mundo propio. En las manos del responsable de Nikita, el universo que alguna vez presentó Mézières se ve como nuevo, esplendoroso, más aún en el primer tramo en el que se retende una presentación de personajes y ambientes.
Un uso más que correcto del 3D, y una paleta de colores riquísima, resaltan la magia visual para maravillarnos. A esa gracia visual, Besson le suma una dinámica jocosa, la imórtancia de no tomarse demasiado en serio y poder tener la libertad de plantear un entorno de comicidad sin que sea una parodia.
Ante todo, Valerian y la ciudad de los mil planetas es una propuesta altamente entretenida y divertida, que más allá de su abultado presupuesto, mantiene un espíritu de serial y el desprejuiciado estilo de las destinadas a Clase B. Prueba mínima de ellos es la capacidad para permitirse un interludio musical, o el cotilleo romántico entre los protagonistas, algo muy propio de aquellas propuestas a las que termina haciendo honor.
Será este toque en el que termine demostrando que detrás de cámara no hay uno más dirigiendo la batuta. Valerian y la ciudad de los mil planetas no es un film perfecto, y sus debilidades saltan a la vista con un metraje extenso, declive a dispersarse continuamente con la consecuente dificultad de encontrar su eje, y alguna subtrama que pudo estar mejor desarrollada.
Pero también es una propuesta honesta, que no busca esa perfección, que antepone el entretenimiento y ofrece un atractivo que la diferencia de las muchas aventuras espaciales que puedan salir por año. Con sus altas y sus bajas, Besson lo hizo de nuevo, tiene en sus manos un nuevo culto pop para ofrecernos.