DORMIR SIN TÉ DE VALERIANA
El cine como medio para ver una película tiene una gran ventaja, el factor vergonzante que impide que uno se retire apenas transcurridos los primeros minutos si lo que ve no es de su agrado, como si cambiara de canal, de disco o de streaming desde el sillón de su casa. Quizás haya excepciones como un tema de salud, un bebé que llora en lugar y momento equivocados o que no se puedan soportar las escenas por crudeza visual. Pero el hastío que provocan las primeras imágenes del denso prólogo de Valerian y la ciudad de los mil planetas se encarga de proponer que uno pueda dejar la sala casi sin que nadie lo mire con cara rara. Una intro que intenta describir la evolución de la humanidad en el espacio desde el año 2020 en adelante por medio de clips que intentan ser simpáticos saludos entre comandantes de distintas expediciones, pero que se vuelven repetitivos y faltos de gracia. Luego la cosa empeora cuando la narración se mete en un planeta cuyas criaturas parecen una cruza de los habitantes del planeta Pandora de Avatar (un tanto desteñidos) y humanos con el rostro de Jennifer López. Ellos viven en lo que parece una interminable playa y pescan y cosechan una suerte de perlas y bailan y agradecen al cielo como si estuviesen drogados. Es obvio que esa situación cambiará en breve, pero el hecho de que no sea tan breve lo hace insoportable.
Ese es el primer problema con Valerian…, pero no el único. Un comienzo para nada prometedor que debiera resurgir cuando hacen su irrupción los dos protagonistas que encarnan al Mayor Valerian (Dane DeHaan) y a su compañera, la sargento Laureline (Cara Delevingne), que sin casi ninguna explicación comienzan a flirtear utilizando latiguillos que ya eran viejos hace veinte años. Una relación de histeria fingida y sarcasmo sobreactuado que pide a gritos clases avanzadas de los realizadores detrás de series al estilo Luz de Luna, por dar un ejemplo, porque si hay algo falto de ritmo, gracia y timing es el coqueteo entre esos dos, por no mencionar una química inexistente.
Y luego llega la primera misión, de acción vertiginosa en dos dimensiones que coexisten en el mismo espacio y en un ámbito de funcionamiento incomprensible. Un escenario que presenta un mercado que recibe turistas de toda la galaxia pero en el que sus visitantes van a comprar cosas parecidas a utensilios de cocina o de ferretería. No sería tan necesario que se explique cómo funciona eso, pero sí que resulte mínimamente creíble para darle un contexto adecuado. El mayor Valerian tiene que recuperar un objeto y el medio en el que se mueve es tan complejo que resulta confuso y no consigue que el espectador pueda sentir el riesgo por el cual presuntamente pasa el protagonista.
Recién pasada la mitad de la película se logran las primeras risas, los primeros atisbos de diversión de la mano de un par de alienígenas pintorescos y de la aparición de la misma Rihanna que demuestra que puede ser una buena comediante. Pero luego todo vuelve a achatarse con la aparición forzada de las respuestas a los enigmas pobremente planteados al inicio. ¿Qué significan los sueños de Valerian? ¿Qué esconde el comandante encarnado por Clive Owen? ¿Qué buscan los misteriosos seres de la raza que aparece en los sueños del mayor? Todos esos interrogantes tienen una resolución tan burda, que parece casi digna de uno de los casos del equipo de Scooby-Doo (sólo faltaron las máscaras).
Hace veinte años Luc Besson supo deslumbrar con El quinto elemento, una space opera con un diseño de producción asombroso y un ritmo narrativo envidiable. Fue capaz de generar vértigo y de jugar con el steampunk como si fuese un futuro posible y palpable. También estaban Bruce Willis y Milla Jovovich, hay que destacar, pero sus diálogos eran geniales, efectivos y con frases que aún hoy brindan guiños de complicidad entre quienes la vieron (como el versátil “Leeloo multipase” por mencionar alguno). Valerian y la ciudad de los mil planetas, en cambio, es un desatino tras otro, un intento por traducir a film un cómic –Valerian y Laureline– en el que se han inspirado grandes clásicos como Star Wars o la misma El quinto elemento (en donde hasta el mismo autor ayudó en el arte conceptual). Por eso mismo es que no se explica que aburra tanto y sea tan predecible en cada una de las situaciones planteadas, cuyo hilo conductor no genera el interés suficiente. Ni que las escenas de acción y combate resulten anodinas o presas de un CGI sin gracia y saturador.
En definitiva, si bien Valerian y la ciudad de los mil planetas pudo haber sido el final evolutivo de Besson en la ciencia ficción y resultar en la película que mejor homenaje le rindiera a la fuente, en su lugar, tenemos una mediocre realización que no logra destacar ni innovar en ningún rubro pero que, por sobre todo, se hace odiar por su obviedad, si es que no nos dormimos antes de llegar al final.