ESPEJITOS DE COLORES
Aventura espacial, acción y romance, Luc Besson lo quiere abarcar todo, pero poco aprieta.
La nueva película de Luc Besson es, básicamente, una partida del videojuego más copado y aventurero que existe, pero sólo estás invitado a disfrutarlo desde afuera. Las verdaderas emociones las viven los protagonistas entre saltos, carreras, vuelos espaciales, peleas y escenarios virtuales. A nosotros, los espectadores, nos queda atestiguarlo de forma pasiva, pero no se puede negar el espectáculo visual que trae aparejado.
“Valerian y la Ciudad de los Mil Planetas” (Valerian and the City of a Thousand Planets, 2017) representa (¿y cumple?) todas las fantasía de su realizador: las cinematográficas, y las de otra índoles (sino, no se entiende la escena del pole dance de Rihanna); un despliegue visual que inunda la pantalla y la sobrecarga, olvidando por momentos la historia y su narrativa.
La obra de Pierre Christin y Jean-Claude Mézières, esa que inspiró a tantas películas y sagas de ciencia ficción (te estamos mirando a vos “Star Wars”), llega finalmente a la pantalla y cumple con las expectativas… a medias. Es obvio que estamos en el momento tecnológico preciso para lograr semejante artificio estético, pero acá la forma excede al contenido y la parafernalia pronto deja lugar al tedio.
La película se preocupa mucho más por los escenarios (lo digital gana por goleada), un sinfín de personajes diferentes y ese estilo fashionista que siempre persigue al realizador, muchas veces dejando de lado la misión, la aventura y la historia de amor entre el mayor Valerian (Dane DeHaan) y la sargento Laureline (Cara Delevingne).
Besson arranca con un montaje espectacular: desde la llegada del hombre a la Luna, la puesta en orbita de la estación espacial internacional y como esta va creciendo a lo largo de los años, las décadas, los siglos, sumando naciones y especies, todo al ritmo de “Space Oddity” de David Bowie. Un hermoso mensaje de comunidad, tolerancia y harmonía que, para el siglo XXVIII –y ya alejadísima de la Tierra- termina convertida en Alpha, una ciudad enorme donde conviven pacíficamente millones de criaturas de diferentes puntos de la galaxia.
Valerian y Laureline tiene una misión asignada: viajar hasta el llamado “Big Market” (un mercado virtual) para recuperar un convertidor Mül -una criatura particular capaz de replicar cualquier cosa que entra por su boca (adivinen por dónde sale después), y la única que queda en existencia en todo el universo-, y rescatarla de las garras de un traficante. Así comienza la aventura, una que esconde una gran conspiración entre las profundidades de Alpha, cuyo centro ha sido infectado por una fuerza desconocida que amenaza con destruir toda la ciudad.
La dupla de agentes es asignada para proteger al comandante Filitt (Clive Owen) durante una cumbre de emergencia para discutir el proceder durante la crisis, pero los terroristas atacan durante la reunión secuestrando al oficial y desencadenando una serie acontecimientos que pondrán a Valerian y Laureline tras las pistas de un complot de grandes proporciones.
No esperen grandes misterios ni giros inesperados, la trama de “Valerian” es bastante predecible, pero Besson no le da tanta importancia a esto como a mostrar cada recoveco de Alpha, sus diferentes culturas y un montón de modelitos que conforman el vestuario. La relación entre el mayor y la sargento (acá rescatamos la química entre los protagonistas) es el verdadero eje de esta historia, por momentos un tanto cursi y fuera de lugar, plagada de posturas impuestas (él es re canchero y poco afecto al compromiso, ella más centrada y decidida) y un romance incipiente de manual, más parecido a una rom-com de los noventa que a una odisea espacial.
Besson lo rejunta todo en la misma bolsa y el resultado desentona por momentos, se extiende demasiado a lo largo de sus más de dos horas, en resumen, aburre cuando se pierde en detalles estéticos y sacrifica la trama.
Igual, “Valerian” es pura acción, entretenimiento, luces y colores, un festín de efectos especiales y la imaginación desenfrenada de su realizador. Nada más, nada que quede en los anales del género porque, en definitiva, falla al emocionar, al dejarnos afuera y al impedirnos empatizar con los personajes.